Creo que todas las cualidades de María bastarian para ser una excepción, pero sigamos, porque hay más: Rápidamente, ella atraviesa las montañas de Judea (¡embarazada!) para encontrarse con Isabel, y después, a punto de dar a luz, viaja con su marido sin ninguna comodidad u hotel reservado para posar. Ella, que podría estar llena de exigencias y “no me toques”, demuestra lo que es hacer la diferencia – no hubo ningún reclamo de su parte. Sinceramente, yo ya estuve embarazada, y muy molesta… Felicitaciones María.
Ella acompañó a Jesús en todo Su ministerio, estaba al pie de la cruz, y también continuó con los discípulos después de la muerte y ascención de Jesús, junto con sus hijos (¡y era madre de una familia numerosa!). Ella no solamente creyó, también permaneció. Ella no se maravillaba, pero atesoraba lo que oía a lo largo de los años que convivió con Jesús, y aprendió a separar el sentimiento (Lucas 2.35) de la fe. Ella seguía al Señor Jesús, no a su hijo.
A través de nuestro Único Mediador, todas podemos ser María. Él nos ve de la misma forma en que la miró a ella, con todas las cualidades, virtudes y valores necesarios para generar hijos para Dios, comenzando por nosotras mismas. (Juan 1.12)