En su momento nunca pensé que mi adicción al deporte se iba a convertir en un problema para mi futuro, pero esto fue lo que sucedió. Esa adicción me llevó a ser una persona depresiva y egoísta hasta el punto en que ponía a Dios en último lugar porque “aparentemente no necesitaba la ayuda de Él”, pero en el fondo de mi corazón sabía que eso era una mentira.
Por fuera aparentaba ser un hombre fuerte, sano, vigoroso, pero por dentro me sentía podrido y atormentado. En ninguna parte era feliz y eso me llevó a hundirme en el mundo de las drogas.
Así me encontraba cuando recibí una invitación para conocer el trabajo de la Iglesia Universal.
Participando en el Tratamiento para la Cura de los Vicios y perseverando en la fe, pude vencer las adicciones y la depresión.
Busqué tener el Espíritu Santo y Lo recibí, él me transformó y me hizo un hombre libre del mundo de los vicios y de todo aquello que no me dejaba tener paz interior y la felicidad que tanto deseaba para mi vida.
•• Ray Parra