A los 10 años de edad, comencé a sentir el deseo de ser hombre y comencé a vestirme como tal, quería sentirme segura y protegida, de a poco hice de eso un "estilo de vida". Empecé a involucrarme con las personas equivocadas y llegué a ser amenazada de muerte por el peor traficante del barrio donde vivía. Además de eso, era muy nerviosa y agredía físicamente a mi madre. Quería mucho a mucho mi sobrina, la trataba como a mi hermana menor, hasta que un día se puso de novia a escondidas y todo el amor que tenía por ella se convirtió en odio.
En mis momentos de enojo, tomaba vino representando la sangre de mi sobrina y de su novio, oía una voz que me decía que la matara mientras dormía. En ese momento no lo lograba, pero la voz insistía, entonces para no hacer ninguna tontería decidí mudarme de ciudad. Abandoné la facultad y me fui, pero el odio aumentaba cada vez más. Lloraba todas las noches, no comía, no tenía paz.
Después de un tiempo y de mucho sufrimiento, volví a mi ciudad y le pedí ayuda a mi madre, que decidió internarme en un manicomio para que hiciera un tratamiento psiquiátrico, pues era esquizofrénica y peligrosa. En mi interior había una lucha muy grande, no quería actuar de esa forma, pero era como si existiera otra persona dentro de mí. Lloré mucho y no acepté ser internada como una loca, pues en momentos de lucidez era una joven normal, pero cuando estaba dominada por el odio, me transformaba.
Entonces le dije a mi madre que quería ir a la Universal. Allá comencé a participar de las reuniones, aunque con el corazón un poco cerrado, permanecí, y de a poco, a través del cuidado de las obreras, fui abriendo el corazón, hasta que me desperté y me entregué por entero. Fui totalmente liberada del odio, de los resentimientos, de las ganas de morirme, de las tristezas, de las angustias, de los vicios. En fin, cuando tuve un encuentro con Dios, tuve mi vida totalmente transformada. El Espíritu Santo me transformó por dentro y por fuera, y hoy puedo decir que soy feliz. Soy universitaria, tengo paz con mi familia, y alegría de vivir.
Juliana Aires – RS/Pelotas