Cuando conocí la Universal, sufría una pasión aguda por un muchacho que no me valoraba, que me trataba como si fuera nada.
Mi obsesión era tan grande que me enceguecí totalmente, hacía todo en la iglesia a mi manera y siempre buscaba a alguien para conversar, porque quería oír lo que me convenía y nada más.
Esperaba que los obreros y pastores me dijeran palabras que me agradaran, pero salía de allí frustrada. Ellos no decían nada para agradarme, decían lo que Dios realmente quería decir. Yo no aceptaba, pues quería una respuesta inmediata y concreta para mi obsesión, pero continué firme en la Universal haciendo todo mal. Hoy sé que Dios lo permitió porque todo dependía de mí, hasta que un día oí el testimonio en el altar de una persona. Parecía que estaba hablando yo, era mi vida. Desde ese día comencé a ver, a oír, a entender lo que Dios quería decirme. No demoró mucho, cuestioné a Dios: “¿Por qué todos hablan de que sus vidas cambiaron y la mía no cambia nada?”
Y Dios me respondió que yo era la que tenía que decidir y que solo dependía de mí y de nadie más (libre albedrío).
Solo de pensar me quemaba en dolor, un dolor inmenso por dentro. Pero todo fue muy glorioso, pues cuando tomé la decisión de entregarme a Dios de cuerpo, alma y espíritu, coloqué mi vida a Su disposición y que a partir de ese momento no sería más mi voluntad sino la de Él, todo sucedió, me vi libre de todo el tormento. Fue como si todas las cadenas que me aprisionaban se quebraran en aquel momento.
Obispo, ¡fue increíble! Parecía que estaba olvidando algo, pero no era así. Yo no lograba acordarme de nada y mucho menos de ese muchacho; no lograba recordar su cara. ¡¡¡DIOS ES PERFECTO!!!
Con lágrimas en los ojos y alegría, afirmo: ese día tuve la certeza de mi encuentro con Dios. Tengo el privilegio de formar parte de esta familia y tengo un amor incondicional por esta Obra y el orgullo de decir: ¡YO SOY LA UNIVERSAL!
¡Muchas gracias, mi Dios! ¡Gracias, obispo!
Rosely Guido