Estuve en el Templo de Salomón el último día de las caravanas, en la caravana de Copacabana, Rio de Janeiro.
Caramba, obispo, hoy yo puedo decir ¡AH, QUÉ DÍA! Un día que guardaré en mi vida para siempre. Un día que creo que ni el hombre más culto e inteligente del mundo puede explicar.
Cuando llegué al barrio de Brás, San Pablo, enseguida avisté aquella maravilla y no pude parar de mirar esa grandeza. Mi sonrisa no cabía dibujada en mi rostro, no solo por la belleza del Templo, sino porque aún afuera ya sentía la presencia de Dios sobre mí. Cuando di el primer paso sobre la explanada del Templo, sentí un viento y tuve la convicción, en ese momento, de que era el Espíritu Santo soplando Su paz en mí, y cuando finalmente entré en el Templo y observé cada detalle, fue entonces que me maravillé más aún. Allí dentro de ese Santo Lugar, en espíritu de oración, mirando el Arca de la Alianza, leyendo los versículos que pasaban en la pantalla, mirando cada detalle y luchando contra el sueño, pude ver lo maravilloso que es nuestro Dios.
Cuando finalmente usted comenzó la reunión, la única cosa que pude hacer además de adorar a Dios fue agradecerle a Él por haberme dado esa honra maravillosa de estar allí dentro, ¡aquello fue inexplicable! Cada detalle, cada convicción que había dentro de mí, la Palabra, las oraciones, cada fe, fueron las cosas que, para mí, marcaron ese día tan especial. Una vez más puedo decir ¡AH, QUÉ DÍA!
Obispo, esto es solo un poco de la experiencia que tuve allí dentro, pues si fuera a decirlo todo no termino hoy.
Agradezco a Dios por esta oportunidad y Le agradezco por haberle dado a usted esta magnífica idea, pues tengo la convicción de que salí de allá totalmente diferente.
¡Gracias, mi SEÑOR, y gracias obispo!
João Victor Chultte