Mucho se dice que la bendición aquí referida se trata del éxito material de Abraham. Realmente sus conquistas fueron abundantes, por eso estas acontecerían en el transcurso de su nueva condición dada por Dios: ¡ser una bendición!
Ser una bendición significaba ser la autoridad de Dios en persona, ¡llevada por donde quiera que él fuese! ¡Claro! Es exactamente a partir de esa unción especial que él iría a tomar posesión de todas las demás bendiciones.
A lo largo de su vida con Dios, vemos que Abraham era temido por todos, porque veían en él una autoridad superior. En Egipto, Faraón se curvó delante de él, por causa del Señor, su Aliado. Con apenas trecientos dieciocho hombres, Abraham venció cuatro naciones poderosas, que habían vencido cinco. Por lo tanto, fue más fuerte que nueve naciones juntas.
Melquisedec reconoció a Dios en él y lo bendijo. También Abimelec vio que Dios era con él en todo lo que hacía; por eso, hizo cuestión de aliarse a él.
En otras palabras, cuando el Señor creó al hombre, le dio autoridad, dominio sobre toda la faz de la Tierra. Todos los animales y toda la Tierra estaban bajo su exclusiva autoridad.
Siendo así, a través del Señor Jesús, Sus discípulos pasan a tener Su autoridad y dominio sobre todo. Razón por la cual los demonios se nos someten. Cada nacido de Dios se torna automáticamente la propia bendición, de la misma forma como fue Adán y Abraham, o sea, tienen la misma autoridad, dominio y unción del Señor Jesucristo para realizar Su voluntad en este mundo. Y ésta es bien clara, conforme especifica nuestro Señor.
Vemos así que ser una bendición es mucho más que tener una bendición. No se trata apenas de tener acceso a los bienes de consumo, mas sobre toda autoridad y dominio sobre todo el poder del diablo.
Los que son una bendición tienen la autoridad del Señor Jesús sobre las enfermedades, sean ellas de cualquier tipo; sobre la muerte, sobre la miseria, en fin, sobre todos los males actuantes en este mundo.
Obviamente, cuando la persona asume su fe cristiana y ejerce su autoridad, el diablo pierde la de él en relación a ella. De ahí en adelante, él no tiene más poder para bloquear las promesas divinas en su vida. La vida abundante, prometida por el Señor Jesús, entonces se torna un hecho.