Tenía bronquitis y neumonitis que me provocaron varios problemas. Empecé a sangrar por los oídos y la nariz. Después de unos meses en el hospital, comencé a sentir un cansancio intenso. Una tomografía computarizada encontró una trombosis en uno de mis pulmones. Según el médico, si sobrevivía tendría secuelas, ya que mis pulmones ya no tendrían ventilación normal.
Fui sometida a un fuerte tratamiento con corticoides y en un año engordé unos 30 kilos. El sobrepeso, combinado con el tiempo que estuve postrada en cama, contribuyó al desarrollo de una hernia de disco. Además, mis piernas estuvieron paralizadas durante seis meses. Mi vida se había detenido, ya no podía trabajar ni hacer las cosas más pequeñas, como bañarme.
Toda esa frustración generó una indignación en mí, entendí que sólo un milagro me sacaría de esa situación. Participando de las reuniones de sanidad los días martes, superé cada diagnóstico. Empecé a caminar de nuevo y unos meses después me curé por completo.
Desde entonces, mi salud fue restaurada. Todo esto fortaleció mi fe, aprendí a depender aún más de Dios.