Por la mañana ella se pone a orar. A hablar con Aquel que es la Fuente y el Refrigerio. Aprendió en el desierto que el silencio se hace audible; que el llanto se convierte en una sonrisa; que la fe sacrificial es el camino. Ella sabe lo que es perdonar y renunciar. Sabe lo que es relevar. Lo que es no juzgar. Aprendió, en medio a las luchas, que ir contra el propio “yo” la haría estar más cerca de Dios. Que la volvería mucho más fuerte, una mujer mucho más atrayente. Aprendió a darse atención a sí misma, a amar sus curvas, a invertir en sus talentos. Aun siendo líder, no se cansa de servir. De darse.
Ella ama a sus amigas, y las tiene como hermanas. Es dulce. Sabe el momento de hablar. Es mansa, sabia, virtuosa. Entiende, comprende. Es la flor del desierto. Se dejó ser cuidada y ser moldeada. Ama su hogar, y todos los que viven en él la tienen como referente. Ella es cuidadosa y cariñosa con los suyos. Ama a los que están cerca, y quienes hoy están lejos tienen sus oraciones. Ella de hecho cree en el Dios al que un día optó seguir y servir. Ella es agradecida. Lo ama.
Cada vez que pensamos en ella, nos acordamos de su determinación y fe. Pues, muchas veces, somos llevadas a actuar por nuestros sentimientos, por nuestras voluntades y emociones. Somos llevadas a pensar con nuestro corazón, a ser iguales a todas las de este mundo. Somos llevadas a compararnos y a disminuirnos. Somos llevadas a ser todo, menos nosotras mismas. Pero cada vez que la recordamos, su vida nos refleja la verdadera fe y nos hace repensar sobre todas nuestras decisiones mal pensadas, todos nuestros sentimientos inmaduros, todos nuestros traumas, nuestras debilidades, nuestras culpas y tristezas. Porque, cuando la miramos, ¡Dios nos muestra claramente que podemos ser diferentes, mejores, y que podemos superarnos!
Su manera de ser dulce y, al mismo tiempo tan fuerte, implanta naturalmente la fe sobrenatural dentro de cada una de nosotras. Su capacidad de sonreír y de hacernos reír en medio a tantos problemas y a tantas preocupaciones también nos hace salir de nuestro propio mundito y buscar un cambio y una renovación. Ella sabe ser consejera, madre de oración, amiga. Sabe ser esposa e hija. Sabe El Camino. Ella es una mujer de Dios.
Muchos hablan bien, otros mal, pero para nosotras es como si no hablaran nada sobre ella. No es necesario. Sus frutos muestran lo que ella es y todo aquello por lo que ha luchado en convertirse a lo largo de estos años. Ella no es perfecta, ¡y nunca lo será! Se equivoca y algunas veces se pone a llorar. Pero una cosa que siempre nos enseña es que seamos, no como ella, sino como Aquel en el cual ella se refleja. Aprendimos con ella a ser mujeres de oración y aprendimos que el perdón es la mejor decisión. Aprendimos a mirar hacia adelante y creer que no somos mejores o peores que nadie, solo diferentes. Aprendimos que podemos ser felices solas. Que podemos amarnos, enamorarnos de nosotras mismas. Aprendimos a darle un valor especial a nuestro hogar, a nuestras cositas, a nuestro rinconcito.
Aprendimos que quien hace nuestra moda somos nosotras, aprendemos a tener personalidad. Aprendimos que el verdadero Amor viene de lo Alto y que amar a alguien significa amarse a sí mismo en primer lugar. Aprendimos que para vencer en esta vida es necesario tener comunión con Dios, amarlo por encima de todas las cosas. Aprendimos tanto. Y, ¿cómo agradecerlo?
Una profesora que tiene sus luchas, sus dilemas y sus tareas dentro de su hogar, de su vida. Una profesora que nos adoptó como hijas, como amigas. Una profesora que aprendió El camino, y su objetivo es enseñárnoslo. Una profesora que cumple una primavera más, que nos enseña a amarnos. ¡Queremos darle un abrazo bien fuerte y decirle que aprendimos todo eso!
Una profesora que tiene nuestra admiración, una Profesora Blindada.
¡Feliz Cumpleaños, Cris linda!
¡¡La amamos!!
Con amor,