Mi nombre es Alexandre M. Sácama. Me fui de mi vieja ciudad, Cabinda – Angola, a los 11 años de edad, y durante todos estos años creciendo oí hablar del Apartheid, de la masacre de Cassinga en Namibia y de tantas otras guerras y humillaciones en África.
Recuerdo que se entonaban himnos, cánticos de dolor y tristeza, gritos que hacían eco por las ciudades, villas y tribus, debido a la guerra, al hambre y a las calamidades naturales. Las calles de la ciudad exhalaban el mal olor de las muertes y las bombas que explotaban matando e hiriendo a millares.
Padres que perdieron a sus hijos y mujeres que perdieron a sus maridos, todos en su inocencia. Sé que muchos murieron sin ni siquiera saber el por qué de su muerte, y recuerdo que en los años 80 surgió la política de clemencia en Angola, justamente para "ayudar" a los desplazados por la guerra, entre otros problemas. Y en cada mirada pude ver luto, tristeza, dolor.
Hoy, al ver la inauguración del Templo de Salomón y al ver a aquel pueblo viniendo de África en el medio de blancos, ricos y personas felices entonando himnos, no pude contenerme. Noté que los himnos no eran entonados en un rostro triste, con una mirada melancólica o en una boca sufrida de tanto reclamar sin ni siquiera recibir un gramo de justicia.
Noté libertad, paz, algo fuera de lo común, algo sin léxico. Entonces vino aquella pregunta en el aire: ¿Qué es lo que Dios no puede hacer por nosotros, si Él mismo dio a Su Único Hijo para que muriera por mis pecados y me librara de la sombra de la muerte?
Hoy me pregunto: ¿qué hubiera sido de este pueblo y de tantos otros si el obispo Macedo hubiera desistido en el medio del camino, si en la primera batalla hubiera abandonado todo? Con certeza este pueblo, y claro, yo también, seríamos hasta hoy esclavos de un sistema quebrado.
Quizás alguien diga que yo estoy exagerando, pero en ese tiempo ¿no había iglesias, y centros espiritistas y el catolicismo no estaban en su auge? ¡¿Y por qué solo ahora llegó el Reino de los Cielos a este pueblo?! Porque, con certeza, alguien se preocupó más por nosotros que por él mismo. Alguien que dio todo de sí para mí y para nosotros, y hoy ese alguien no tiene más nada que perder, porque dio todo.
¡Gracias, Dios, por este entendimiento! ¡Gracias, Iglesia Universal, por no desistir! Gracias, obispo Macedo, por sumergirse por completo en esta fe a la que muchos – por falta de entendimiento, porque fueron cegados por el príncipe de este siglo -, le tiran piedras, y en esta Obra que solo tiende a crecer.
Unkulunkulu mkhulu (Dios es grande).
Alexandre M. Sácama
Obrero en Boston, Massachusetts – USA