La información genética que llevamos, en nuestro ADN, podría ser comparado con un libro de recetas de la familia, las de hojas amarillentas que son compartidas de una u otra manera por años como una marca: la sonrisa de la tía abuela, la mirada tierna de la prima lejana… llevamos instrucciones a largo plazo que nos caracterizan y nos definen, se van duplicando día a día en cada nuevo embrión formado, con toda la información que el otro cromosoma lleva.
Usted y yo somos el resultado de toda esta mezcla de diferentes recetas familiares.
Además de todo lo que ya se incluye en el kit hereditario, también estaremos muy influenciados en nuestros primeros años de vida por nuestros – sí, con pocos meses de vida ya sabemos si nuestros padres están presentes o no – la gente cerca, el medio ambiente en que vivimos e incluso para los objetos que forman parte del entorno (en la actualidad se hace más fácil de entender incluso nuestras preferencias por colores y formas).
Cuando los libros de cocina más los agentes influenciadores concuerdan positivamente, suplen las necesidades físicas y emocionales, podemos decir que se forma un individuo con una base sólida, con grandes expectativas de ampliar todo lo recibido durante toda su infancia ¡voalá, una nueva receta éxito!
Si falla alguno de los ingredientes, ya sea en exceso o escasez, tendrá lugar un desequilibrio, que afectan principalmente a nuestros valores fundamentales, y en consecuencia, la autoestima – problema cada vez más ocurrente en nuestros días.
Por lo tanto, el papel de padre y madre es tan fundamental. Los dos ya llevan el «ADN» necesario para que esta información sea cualificada. Pero no puede faltar la disposición de estar siempre atentos, como aquella cocinera de «mano llena» que vigila el fuego, prueba, añade, equilibra los sabores, «entiende» el plato hasta que esté en el punto exacto
¿Por qué? La próxima semana continuamos…