Las bendiciones provenientes de los Diezmos, son ilimitadas; es decir, no tienen fin. El diezmista fiel está siempre recibiendo bendiciones y no solamente económicas, sino también físicas y espirituales. El Diezmo bendice a la persona en toda su plenitud, porque fue, y es, parte de la propia creación de Dios. Cuando creó la Tierra y todo lo que en ella hay, Dios separó un día de descanso. Este día fue el Diezmo.
Cuando entregó a Adán y a Eva el Jardín del Edén, les dio posesión de todo, excepto del árbol del conocimiento. Aquel árbol representaba el Diezmo. El propio Señor Jesús es ejemplo del Diezmo, pues, Él, también fue entregado por Dios con el fin de que pudiésemos participar de la naturaleza divina. Por lo tanto, el Diezmo, es fundamental en la vida física, espiritual y económica del cristiano fiel.
Las bendiciones derivadas de las ofrendas son muchas, pero no tantas como las de los Diezmos; pues, éstas, son ilimitadas; mientras que las derivadas de las ofrendas tienen ciertos límites. Por ejemplo, cuando Abel trajo ofrendas al Señor, cogió lo mejor de su rebaño, que fueron las “primicias”, es decir, los primeros frutos del rebaño. Caín también trajo una ofrenda al Señor del fruto de su trabajo. Ahora bien, la ofrenda de Abel fue aceptada por el Señor, porque fue escogida; ya, la de Caín, no agradó al Señor, pues no había sido escogida, es decir, no fueron las primicias. También la viuda pobre, cuando dio apenas dos monedas insignificantes, mereció ser alabada por el Señor porque, de su pobreza, dio todo. La verdad sobre este asunto es que, cuando alguien trae una ofrenda para el Señor, Él no se fija en la cuantía, si es mucho o poco, sino en si es lo mejor que la persona puede dar. Dios nunca ve la importancia de lo que la persona trae en sus manos y sí de lo que se quedó en su bolso.