Una mañana gloriosa en el Templo de la Fe, marcó la diferencia para todas aquellas personas que participaron de la Santa Cena del Señor.
Oraban y pedían a Dios con un sólo propósito: buscarlo en espíritu y en verdad, ya que comprendían la importancia del Espíritu Santo en la vida.
“El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:39)
Cuando priorizamos a Dios y tomamos la decisión de entregarnos a Él, aparentemente perdemos la vida para este mundo, pero a decir verdad ganamos una nueva, porque Él se encarga de restablecer y dar mucho más de lo que previamente tuvimos o pedimos.