Mis padres eran alcohólicos y yo al recoger las botellas bebía lo que restaba en las mismas, por eso, a partir de los doce años comencé a beber. Me sentía defraudado por los maltratos que mi padre le propinaba a mi mamá.
Por causa de la violencia que viví, salí de casa a los catorce años, conocí a la que ahora es mi esposa y me comprometí con ella.
Al principio éramos felices, pero con el paso de los años nuestro hijo comenzó a sufrir con enfermedades, el médico le realizaba todo tipo de exámenes y no le encontraban nada, por eso le llevamos a un curandero.
Éste nos dijo que el niño tenía un mal y que eso seguiría hasta el día en que llegara su muerte.
A causa de ese diagnóstico mi esposa se sentía desesperada, no quería comer ni dormir. Ella sufría con hemorroides y por más que tomaba medicamentos no se sanaba.
Mi cuñado al vernos en esa situación, nos llevó a vivir a Colombia. Llegamos a dormir en el piso sobre un cartón porque no teníamos nada, ni dinero para comer. Caí en depresión, debido a lo que me sumergí en el alcohol y el cigarrillo. Mi esposa cansada de esa situación amenazó con abandonarme, le pedí perdón y le prometí que iba a cambiar, pero no lo conseguía.
Una noche mi esposa vio la programación de la Iglesia Universal y decidió ir y me invitó. El primer día en que fui me arrodillé y oré: “Si es que hay un Dios Vivo aquí, este Dios me va a cambiar”.
Y Él me transformó en quince días, dejé de beber, de fumar, el mal carácter desapareció al igual que las malas palabras de mi vocabulario.
A través de la fe mi esposa e hijo fueron curados. Participé de la Hoguera Santa, abandoné el resentimiento y coloqué todo en el Altar, mi esposa hizo lo mismo y Dios nos dio una vida completa, nos dio Su Espíritu, quien nos proporcionó paz y alegría. También nos dio dirección y así conquistamos un negocio propio y una camioneta. Dios nos dio una nueva vida y una nueva historia.