Cuando me casé, creí que sería muy feliz, pero a los pocos meses él comenzó a maltratarme física y verbalmente.
Tuve a mi hijos y ellos iban creciendo en ese ambiente de golpes y discusiones. El menor de ellos, derrepente se enfermó y, con cuatro meses de edad falleció.
Durante ocho años estuve enferma haciendo tratamiento en un hospital, hasta que un día la doctora me dijo que ya no podía atenderme, que debía ir a un especialista porque me habían detectado cáncer en el útero, esa noticia me devastó emocionalmente, empecé a sufrir con hemorragias y cuando le conté a mi esposo que tenía aquella enfermedad, él me dijo: “yo no soy doctor”, eso me lastimó tanto que decidí separarme y me fui de la casa. Económicamente tenía muchas carencias, dependía de la cosecha de café, pero ésta ya no era tan buena.
Así llegué a la Iglesia Universal, donde escuché que a pesar de todos los problemas que tenía, había una salida, Dios podía transformar toda mi vida.
Empecé a frecuentar las reuniones y poco a poco fui aprendiendo a usar mi fe, la cual coloqué en práctica en los propósitos, y cuando me hice nuevos exámenes los médicos constataron que estaba curada. Cuando vi que Dios había hecho ese milagro, luché por mis hijos, porque ellos no querían verme, así también por la fe recuperé el amor y respeto de ellos. Como no tenía casa también luché y Dios me dio condiciones de comprar un terreno, donde construí mi casa propia y en ella recibí a mis hijos, cuando ellos volvieron a vivir conmigo.
Pero lo más importante que recibí, fue el Espíritu Santo, Quien interiormente me volvió una nueva criatura. Ahora tengo alegría, paz, equilibrio emocional.
Definitivamente sólo Dios pudo sacarme del fondo del pozo donde me encontraba, de no haber sido por Él hubiera muerto sin conocer la verdadera felicidad.