Las cosas nunca fueron fáciles para mí, crecí en una familia con carencias y lo mismo pasé a vivir cuando me uní a mi esposa.
La situación se volvió más frustrante cuando me botaron del trabajo.
Al no poder pagar el arriendo por falta de dinero, fuimos lanzados a la calle; en ese instante “me quedé sin norte”, junto a mi esposa y mi hija pequeña estábamos en la calle, fue en ese momento que una señora, al vernos en esa situación, nos dio un lugar en su garaje, donde no había puerta ni baño ni ningún tipo de privacidad, yo estaba moralmente acabado, pensaba que esa situación era mejor que nada, recuerdo que aquel “cuartito” era bien pequeño, apenas teníamos una caja con ropa debajo de la cama.
Mi corazón se oprimía cada vez que escuchaba a mi hija llorar porque no había comida. Y para empeorar todo, a mi esposa le diagnosticaron cáncer.
Yo no sabía si llorar o simplemente desaparecer, ya que no teníamos ningún tipo de condición para gastos médicos.
Fue en ese tiempo que mi esposa conoció la Iglesia Universal, donde comenzó a participar de las cadenas de oración y, a través de la fe, fue curada del cáncer.
Recuerdo que pensé: “Si Dios la curó de cáncer, Él puede prosperarme”, así comencé a acompañar a mi esposa a las reuniones, donde poco a poco aprendí a usar mi fe.
Empecé a luchar por mi familia, y por mi vida económica, no fue de la noche para el día, pero mi visión se abrió, estaba seguro que Dios me guiaría. Comencé cortando telas en el piso y hoy tengo una empresa de textiles, que distribuye para grandes casas de modas del país, conseguí comprar un carro de lujo, adquirí varios bienes, ganado y vendo la producción de leche a una planta procesadora, compré mi casa propia la que está por encima de lo que pude haber deseado.
Pero lo más importante en mi vida es el Espíritu Santo, Quien me dio paz, alegría, tranquilidad y transformó a mi familia. Gracias a Dios tengo más de lo que imaginé.