La depresión ha dilacerado vidas en todo el mundo. Conocida como la “enfermedad del alma”, ella es hoy uno de los mayores problemas de salud pública, no hace distinción de clases social ni estatus, afecta a niños, adultos, anónimos y famosos.
Para tener una idea, más de 300 millones de personas sufren con esa enfermedad en todo el planeta, prácticamente la misma población de los Estados Unidos. Ecuador ocupa el onceavo lugar con depresión en América Latina.
Investigaciones de universidades renombradas de varias partes del mundo, comprueban que las mujeres, en comparación con los hombres, tienen el doble de chance de tener depresión. Los motivos son diversos: cuestiones sociales, acúmulo de tareas, mayor vulnerabilidad al estrés, la violencia y oscilaciones hormonales.
Sensación de vacío
La depresión es el estado de desesperación del alma. La sensación de un profundo vacío es el mayor dolor del depresivo. Los síntomas de la depresión comienzan con la duda, enseguida viene el miedo, el vacío, la tristeza profunda, la agonía y por ahí sigue.
Infelizmente, muchas personas aún no consiguen observar que la depresión es un problema espiritual. Pero el depresivo sólo conseguirá liberarse de ese mal cuando entienda eso.
Liberación Espiritual
Exactamente para ayudar a esas personas, la Iglesia Universal reservó un día especial para combatir ese gran mal: Los viernes, en la Sesión de Liberación Espiritual. Se realiza en la Av. de Las Américas 305 o en la localidad más cercana a su hogar, los horarios son: 7H, 10H, 15H y especialmente 19H.
A causa de un problema de salud me sumergí en la depresión
De un momento para otro mi salud empezó a decaer. Fui víctima de un trabajo de brujería, pero no sólo mi salud se vio afectada, sino también mi familia entera.
Debido al daño que me hicieron mi cuerpo se llenó de llagas y los médicos no sabían lo que era. Empecé a sentirme deprimida, al punto de no querer salir de mi cuarto.
Al acudir a la Iglesia Universal y participando de las reuniones, los días Viernes, fui liberada de ese mal. La Luz de Dios disipó el mal que había en mi cuerpo, el que recuperó su estado normal, consecuentemente mi matrimonio fue restaurado y mi carácter transformado.
Aprendí a usar mi fe y no fui más la misma persona, me volví una mujer equilibrada, experimenté la paz y alegría que nunca antes tuve, gracias al poder de Dios. (Grace Arias)