Mi hijo nació con dos malformaciones. Sufría una cardiopatía congénita, quería tener una vida normal, pero él estuvo internado durante seis meses. Pasó por cuatro cirugías, llegó a estar en coma durante meses.
Si sobrevivía, le iban a quedar secuelas, tendría que alimentarse por sonda. También se enfermó de un virus hospitalario. Recibió seis transfusiones de sangre, sabía que mi hijo podía morir en cualquier momento. Así fue que me invitaron a la Iglesia Universal, empecé a participar de las reuniones y mi hijo mejoró.
Aprendí mucho, cada vez que salía de la Iglesia, iba al hospital y veía cómo mejoraba mi nene. Gracias a Dios se recuperó. Hoy tiene una vida normal, después de tantas cosas que pasó. Lo IMPOSIBLE se volvió posible.