Justo en la curva, donde la Panamericana serpentea al noroeste, a media tarde, aparece imponente un espacio ovalado color plata, en medio del Taita Imbabura, al oriente y la Mamá Cotacachi, al noroccidente.
“Es la ventana a Imbabura”, dice Grace Izurieta, propietaria de la cafetería Miralago, ubicada en el borde de la Panamericana que conduce desde Quito a Otavalo, Ibarra, Tulcán… donde se dibuja majestuoso el lago San Pablo, testigo de la lucha de quienes habitan en sus orillas y se esmeran por ofrecer su cultura y sus costumbres a los visitantes.
Miralago es una cafetería construida hace 20 años y remodelada hace dos. La visita de 200 turistas al día ha motivado la creación de un restaurante que ofrece el 80 por ciento de comida nacional y el 20 internacional.
En el restaurante se puede encontrar mote con chicharrón, fritada, llapingachos y locros, mientras que en la cafetería hay bizcochos, queso de hoja, manjar de leche y café local producido en Intag, en una zona de Imbabura.
Cuenta también con una tienda galería de artesanías que ofrece productos de la zona como textiles y souvenirs de totora y otros materiales.
Uno de los principales atractivos gratuitos que ofrece este emprendimiento familiar es su mirador. Desde allí se logra ver hasta donde alcancen los ojos. Se aprecia el lago San Pablo en todo su esplendor, incluyendo la carretera que serpentea por el flanco occidental del lago.
Se puede mirar desde el segundo piso de la cafetería o desde abajo, donde están sembrados tres muñecos dames vestidos con atuendos indígenas, donde los turistas se toman fotografías introduciendo sus cabezas en un espacio hueco que tienen los muñecos.
Cuando el día agoniza, el sol lucha por no morir y lanza los últimos destellos de luz cálida, y es ahí donde se aprecia la carretera con listones dorados, el lago fundido en oro y plata y el cielo humeante como un incendio. (I)
fuente: http://www.eluniverso.com/