Desde los quince años comencé a sufrir de nerviosismo, tenía miedo de salir, sufría también con dolor de cabeza, me llevaron a psicólogos y psiquiatras pero los tratamientos no me ayudaron a superar ese mal.
Recuerdo que a un familiar se le ocurrió llevarme a un curandero, fui acompañada de familiares, y ellos me dijeron que me habían hecho brujería con tierra de cementerio.
Mi temperamento era tan fuerte que prácticamente todo me generaba una cambio de humor, además usaba palabras groseras para referirme a cualquier tema.
Una tía me invitó a la Iglesia Universal, pero me rehusé a ir. Con el tiempo por la insistencia de ella decidí acompañarla. Desde el primer día salí de la Iglesia diferente, me sentí bien, los síntomas del nerviosismo no los sentía, empecé a participar de las cadenas de oración varios días a la semana, y cuando menos lo pensé, ya estaba curada.
Después me detectaron aneurisma, estuve 3 días en coma, me operaron y tuve complicaciones por eso me dejaron en terapia intensiva. Pero yo apelé a Dios y un milagro sucedió.
Después el médico me dijo que le agradeciera a Dios, porque todas las personas que son operadas de aneurisma normalmente quedan en silla de ruedas, y yo estaba súper bien y caminando normal. Después de esa experiencia me di cuenta que Dios había hecho tanto por mí, sin embargo, yo no le había entregado mi vida con sinceridad.
En una reunión hablé con Dios como nunca antes, me vacié delante de Él, pedí perdón por esa falta de entrega y en aquel instante todo mi ser fue inundado de una alegría indescriptible. Me volví una nueva persona, mi temperamento se volvió dócil, alegre y paciente.
Ahora puedo decir que soy realmente feliz, Dios me dio no sólo salud, sino también lo que me hacía falta para sentirme realizada, Su presencia en mi interior.