Tuve una infancia dura, superar la separación de mis padres no fue nada fácil. De adulta me relacioné con hombres comprometidos.
Cuando me casé sufrí lo mismo que pasó mi madre. Mi esposo de entonces bebía mucho, abusaba de mí verbal y físicamente; por lo que decidí separarme.
Al conocer la Iglesia Universal, mi forma de pensar comenzó a cambiar. Luché en varias áreas de mi vida, pero no pensaba en volver a casarme.
Con el tiempo mis heridas sanaron y reconocí mi papel en la familia. Entonces despertó en mí el interés de conocer a un hombre de Dios.
El Espíritu Santo me mostró que no estaba atrapada en mis traumas y que era una nueva persona, con una nueva oportunidad. Me casé y comencé a tener una referencia familiar.
Mi matrimonio y familia fue el resultado de lucha y perseverancia, mi esposo y yo nos completamos. Trabajamos en el mismo campo profesional y sin desacuerdos. Dios me bendijo con lo mejor del Altar: primero el Espíritu Santo y luego mi esposo. El Espíritu Santo es quién está a mi lado en las dificultades para guiarme.
•• Sra. Catia, junto a su esposo e hija