“Desde pequeño vi a mis padres discutiendo, mi papá tomaba mucho, cuando estaba en ese estado golpeaba a mi mamá y le sacaba sangre.
A esa corta edad comencé a pensar en suicidarme, crecí con traumas, lleno de odio y me dediqué a los vicios”, cuenta Rubén.
“Mi padre tenía vicio y era un hombre ausente en el hogar, y cuando estaba era agresivo, por ese motivo me sentía sola y por momentos quería que algo malo me sucediera, para ver si así obtenía la atención de él”, recuerda Doris
“Así llegué a la Iglesia Universal, por una invitación de mi padre, comencé a participar en las reuniones y mi vida fue cambiando. Después me casé con Doris y todo empezó bien, pero después comenzamos a tener problemas, la relación se fue desgastando y percibí que había descuidado mi comunión con Dios y eso acarreaba las dificultades en mi matrimonio. Recuerdo que en una Campaña de Israel busqué el perdón de Dios y le pedí una oportunidad, coloqué mi vida en el Altar y Él me respondió, volví a tener paz, mi hogar fue restaurado, mi esposa que antes me miraba con desprecio, por tantos errores que cometí, ahora me trata con amor y me respeta. En otra Campaña de Israel decidimos sacrificar por nuestra situación financiera, ya no queríamos trabajar para nadie y así también Dios respondió, después de subir en el Altar, Dios nos dio una dirección, abrió nuestra visión y nos dio condiciones de montar nuestro propio negocio, un restaurante, el que gracias a Dios nos dio estabilidad económica.
Cuando fuimos al Altar, Dios transformó todo aquello que estaba en ruinas, aprendimos que ese es el camino más corto rumbo al éxito y aún seguiremos luchando juntos por más”, finaliza Rubén.