Dios siempre busca a personas indignadas, aquellos que no aceptan la opresión de los problemas, y cuando las encuentra, se revela a ellas a través de Su Palabra, dándoles una dirección, para que ellas manifiestan su fe y Él Su Poder.
INDIGNACIÓN, es una disposición permanente para cambiar lo inaceptable. Es un grito de justicia en lo más profundo de alguien que no acepta lo errado como cierto. La persona indignada ve claramente lo que otros no ven o no quieren ver.
La indignación impulsa a la persona a tomar una decisión apoyada a la Palabra de Dios, consecuentemente produce el milagro.
Entendemos que Abraham fue un indignado, al analizar su historia:
“Así dice el Señor, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños”. Josué 24:2
Abraham creció viendo a su padre servir a dioses imaginarios. Sin embargo, aunque que Taré tuviese algún éxito económico, algunas situaciones no pasaban desapercibidas a los ojos de Abraham. La muerte precoz de Harán, su hermano menor, y la esterilidad de su esposa Sara, hacían que Abraham cuestionara aquellos dioses.
Viendo Dios aquel raciocinio en Abraham, se reveló a él y lo escogió para ser padre de la nación de Israel — un pueblo que serviría a Dios con fe e inteligencia. La indignación que Dios procura sólo nace del uso de la fe con inteligencia.
Dios vio que Abraham creía y que se indignaba al no ver una respuesta en su vida. Eso llamó Su atención, pues Dios no se manifiesta a personas resignadas, postradas o pasivas delante de los problemas.
La indignación que Dios requiere del ser humano, no es aquella mal canalizada, que quiere hacer justicia con las propias manos, sino aquella que se apoya en Su Palabra para que Él pueda manifestarse.