Mi primer compromiso fue un fracaso a causa de los maltratos, decidí emigrar en busca de un futuro mejor pero tampoco funcionó y regresé. Me hice de compromiso nuevamente y debido a los problemas, me separé. En ese transcurso de mi vida, comencé a vivir descontroladamente, tomaba mucho, me iba a estas, como si no tuviera hijos, pues pensaba que debía aprovechar el tiempo ya que no lo hice cuando era más joven.
Así conocí a Eduardo mi esposo, pensé que por fin todo funcionaría; él tomaba y consumía drogas, pero, porque estaba enamorada acepté unirme a él junto con mis tres hijos.
Poco tiempo después, comenzaron los maltratos y agresiones físicas de ambas partes, él se iba varios días y luego volvía, incluso se llevaba el dinero de casa. Toda esa situación me llevó a sentir odio por él, al punto de desearle la muerte. Ese sufrimiento me impulsaba a desahogarme en el alcohol.
Esto me llevó a sentirme depresiva; intenté suicidarme varias veces. Por otro lado, maltrataba a mis hijos y los insultaba, la rabia que tenía la descargaba con ellos.
Después de unos meses, mi esposo volvió a dejarme la manutención de los niños y ese día noté que él estaba diferente, no tenía más aquel semblante agresivo. Me dijo que estaba yendo a la Iglesia Universal, me burlé de él, sin embargo, él continuó y me invitó a la Iglesia. Rechacé su invitación y le dije que yo estaba muy bien y que no necesitaba ir.
Volvió varias veces con ese semblante de paz, de alegría y dentro de mí me dije: “yo quiero esa paz para mí también”, él me recordaba la invitación para participar de una reunión, eso comenzó a llamarme la atención. Y uno de esos días me dijo que quería empezar desde cero conmigo, acepté, no fue fácil, pero empecé un proceso de liberación, perdoné, pedí perdón, me bauticé en las aguas, dejé atrás toda aquella amargura, me casé, después recibí el Espíritu Santo y eso hizo toda la diferencia, pasé a tener una paz inexplicable, fuerzas para luchar junto a mi esposo por nuestros objetivos.
Participamos de varias Campañas de Israel, y el sacrificio trajo a nuestras vidas, armonía, salud, unión, ya no hay conflictos, nuestros hijos sonríen y se sienten seguros, conquistamos bienes materiales, pero nada se compara a nuestra más grande conquista, el Espíritu Santo, Él es nuestro guía, Él es la mejor herencia para nuestros hijos. Dios cambió totalmente nuestras vidas, cambió la frustración, el llanto y la tristeza en alegría, fuerzas y fe para vencer.
Varios fracasos en la vida sentimental, violencia verbal y física, maltrato a mis hijos, soportando el dolor de tener un marido con vicios, deseos de morir, varios intentos de suicidio, depresión y el odio que carcomía mi corazón, eran entre muchos problemas, lo único que veía y vivía día a día.
•• Sra. Cinthia Neira