Tomar decisiones nunca fue una tarea fácil, principalmente porque hay dos fuerzas distintas y opuestas dentro del ser humano: la razón y la emoción. Cuando se está listo para decidir algo, esas dos voces pelean para ver cuál de las dos es la que manda. Si no hubiere un “entrenamiento mental” que defina a la razón (o inteligencia) como guía, los instintos hablarán más fuerte.
La vida de una persona que no se define puede compararse a un bote que se encuentra en altamar sin motor ni remos. Inestables como las olas, sus sentimientos lanzan a la persona de acá para allá. Sepa que si tiene una certeza mezclada con emociones, lo llevarán al fracaso.
Vivir bajo la guía de las emociones es como sentirse en una montaña rusa eterna. Las emociones no son una herramienta para resolver las cosas, porque el corazón es engañoso. En un mismo día, su corazón puede sentir alegría, tristeza, rabia, compasión, pena, odio, etc. La mejor oportunidad de poner la razón al frente se da en los momentos de dificultad. Tiene que tener una postura firme. Sea fuerte, por peor que sea la situación. Cuando su certeza se alimenta de la disposición de espíritu y pensamientos, cualquier situación cambia. De esa manera, las luchas terminan con victorias extraordinarias.