A los doce años me fui a vivir a otra ciudad para poder ayudar a mis padres económicamente, porque mi situación era muy crítica.
Con el paso del tiempo formé una familia, tuve mi primer hijo, la situación económica se puso mal y estaba desempleado.
Llegué a golpear a mi esposa varias veces, porque me molestaba cuando ella me reclamaba por la escasez.
Para ese entonces mi hijo comenzó a padecer con crisis asmática, los médicos dijeron que los pulmones estaban afectados, él ya no podía respirar bien, lloraba todo el tiempo, no conseguía dormir. Lo llevé a los curanderos, pero su problema empeoró hasta que un día mi hijo me dijo que quería morir.
De camino a un nuevo empleo que conseguí me atropelló una camioneta y me quebró una pierna, ya en recuperación no podía caminar y dependía de una muleta, debido a lo cual no podía hacer nada.
Me llené de una frustración tan grande, todos estábamos enfermos y sin dinero.
Así llegamos a la Iglesia Universal, yo de muletas y mi hijo en los brazos de mi esposa, a partir del primer día en que participamos de una reunión salí en paz de la Iglesia, con el paso de los días empecé a ver mejoría en mi hijo e incluso en mí y poco tiempo después él ya estaba curado totalmente.
Gracias a Dios hoy todos gozamos de salud, mi familia fue restaurada totalmente, las peleas son cosas del pasado.
Económicamente Dios abrió mi visión y me dio dirección para emprender mi propio negocio, el cual me permite darle a mi familia lo que ellos necesitan.
El secreto de mis victorias se simplifica en una sola palabra, obediencia, esto fue lo que hizo que Dios honrara mi fe cada vez que decidí usarla, para cambiar las malas situaciones que pasaba.
Aprendí que si Dios no es el primero en mi vida, entonces no puedo esperar que las bendiciones lleguen.
Independientemente, de todo lo que he conquistado lo más importante es mi salvación, esto me trajo paz y alegría, las que no dependen de lo que está a mi alrededor, sino de mi relación con Dios.