La Cristiane que usted conoce hoy nació.
Sí, antes de ese día, yo no tenía nada que ver con quien yo soy hoy… es increíble el cambio que ocurre con el nuevo nacimiento.
Acabó la oración y mi felicidad era tan grande, tenía ganas de abrazar a todo el mundo, subir a un monte y gritar para que todos oyesen: ‘Oigan, tienen que conocer a Dios!’. Aquella tristeza de tener que viajar más tarde de regreso a casa (Nueva York, uno de los lugares que yo más detestaba hasta entonces), desapareció. Yo no veía la hora de volver y hablar de Jesus en la escuela.
Nunca más fui la misma.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre aquellas que dicen que ya fueron adelante del Altar varias veces y no consiguieron nacer de Dios y mi experiencia?
Está en la entrega. Ellas van y vuelven con las mismas manías, los mismos pecados, la misma mentalidad, las mismas dudas, las mismas reservas…
¿Cómo entregarse de cuerpo, alma, y espíritu?
De cuerpo: ni te importa lo que tu cuerpo pide. Él es de Dios. No importa lo mucho que quieres hacer cosas malas con tu novio, tu cuerpo quiere, pero si lo entregaste a Dios, no haces tales cosas. En mi caso, mi cuerpo en aquella época, antes de ese milagro, quería quedarse en Río, sólo gozar de las playas y pasar tiempo con mis amigas. Después del milagro: mi cuerpo ya no tenía una voz tan influyente. Él era para Dios, se convirtió en el Templo del Espíritu Santo, y no permitiría que la pereza ni nada Lo disgustara.
De alma: por naturaleza estás llena de sentimientos pero decides usar tu fe y confianza. Cada vez que vienen dudas, cada vez que viene la ansiedad, cada vez que viene la preocupación, la transformas en fe. ‘Va a salir todo bien, Dios es conmigo.’ Entonces el alma se sujeta a tu fe. Todas mis dudas y miedos fueron sacrificados en aquella oración y yo finalmente me lancé a la fe que no cuestiona ni vive por las circunstancias.
De espíritu: todo lo que quieres, todo lo que quieres ser, todo lo que sueñas, todo lo que tienes, todo lo que ya pasaste, las buenas y malas experiencias, y todo lo que tiene que ver contigo, lo entregas a Dios. Ahora ya no importa lo que quiere y sí lo que Dios quiere de ti. ¿Te acuerda como yo contaba que no veía la hora de volver a Nueva York y evangelizar en la escuela?
Está por encima de todo. Sin reservas. Sin aquel secreto que guardas bajo siete llaves. Sin aquella voluntad personal que no te permite dar el brazo a torcer. Sin aquel orgullo que te gusta tanto mantener. Sin aquella manía que no abandonas por nada. ¡SIN RESERVAS!
Si no sucedió contigo aún, es porque aún no te has entregado 100%. Si yo fuera tú, pediría a Dios que me mostrara a lo que me estoy aferrando para entonces entregárselo de una vez por todas.
Fuente: Cristiane Cardoso