Aquella misma noche, yo regresaba a Nueva York. Cuando viajaba para Río, para mi papá el viaje era siempre de trabajo, pero para mí eran vacaciones. Me gustaba aprovechar al máximo, principalmente las playas, y ya comenzaba a sentirme triste porque sabía que estaba llegando el día de volver para mi casa.
Estaba sentada en la primera fila de la iglesia cuando mi padre, el pastor, predicó sobre la Parábola de la Cizaña y el Trigo.
“Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? El les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? El les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero”. (Mateo 13:24 – 30)
Y de repente, parecía que él estaba hablando solo conmigo y que estaba describiendo quién era yo. Yo ya había escuchado esa parábola, ya había leído sobre ella también; pero esta vez, ella era más real, como si la ficha estuviese cayendo en ese momento. Era sobre mí que hablaba esa parábola…Yo había sido cizaña todo ese tiempo…Crecí con el trigo, me parecía al trigo; pero nadie imaginaba que yo no era trigo.
Sin embargo, mi destino no sería el del trigo.
Cuando mi padre llamó a quiénes les gustaría transformarse en trigo delante del Altar, era como si Dios me estuviese dando una nueva chance, llamándome por mi nombre. ¡Era todo lo que yo quería! Pero, yo tendría que levantarme e ir hacia el Altar en frente de aquellas millares de personas, decenas de obreros y pastores, y toda mi familia…¡Qué difícil! Ahora, todo el mundo sabría sobre mi condición espiritual, aquella que yo tuve por tanto tiempo.
Fue ahí que pensé: “¿Qué me importa esa imagen que todos tienen sobre mí si para mí ella no es verdadera?”
Entonces fui adelante, y esta vez, no estaba yendo para impresionar a nadie, ni porque todos estaban yendo, ni porque era lo que se esperaba de mí, ni porque era la cosa correcta para hacer. Esta vez yo estaba yendo porque realmente quería.
Segundo paso: Querer cambiar de verdad.