Para mí, el encuentro del Señor Jesús y Natanael fue uno de los más fascinantes de las Escrituras. Este hombre fue capaz de arrancar del Salvador una declaración de aprobación sorprendente en cuanto a su fe y carácter. Aunque el registro de la participación de él como discípulo sea breve, en las líneas en que es citado, su persona es revelada para nosotros.
Cuando el Maestro vio a Natanael, le dirigió un elogio, porque aunque se relacionaba con mucha gente, era muy raro encontrar a alguien de su valor:
“He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. (Juan 1:47)
Estaba allí delante del Señor, un hombre que pertenecía al selecto grupo de personas sinceras, pues en él no había malas intenciones, duplicidad, medias palabras y mucho menos “la sed de aparecer” a los demás.
Él no era perfecto, pero vivía lo que conocía de la fe. No ostentaba santidad, pero la exhalaba silenciosamente en su vida diaria, o sea, en su carácter, comportamiento y palabras.
Perplejo con la afirmación del Maestro, él preguntó de donde el Señor Jesús lo conocía. Y Él le respondió de forma sorprendente nuevamente:
“Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.” (Juan 1:48)
A lo mejor se pregunta: ¿Por qué una higuera? ¿Qué es lo que la hacía tan especial?
Las higueras eran comunes en Israel, y fácilmente alguien tenía una en su patio. Su sombra era frondosa, por lo que algunos la utilizaba para orar, leer y meditar en las Escrituras. Pero el activismo religioso en Israel había infectado casi todo. Ahora los hombres buscaban orar en las plazas, en alta voz; deseaban los primeros lugares en las sinagogas; la exageración era evidente en sus ropas y accesorios religiosos; a ellos les gustaba demostrar que eran eximios conocedores de la ley. Es decir, hacían todas esas cosas con malas intenciones, pues el Altísimo no era objeto del amor y temor de ellos. En verdad, ellos estaban hambrientos por ventajas, gloria humana y popularidad.
¡En su apariencia eran santos, pero en el fondo eran puro fraude!
Mientras todo esto sucedía, Natanael se mantenía dedicado a buscar al Señor como al principio de su fe. Él era uno de los pocos que se deleitaba en la oración sin aparecer, hechas en el anonimato, debajo de la higuera.
Y, tal vez usted esté leyendo este texto pasando por días de angustias, desprecio y humillaciones. Como Natanael, usted desea mantener su fe y principios y, a causa de eso ha padecido.
Pero, sepa que debajo de la higuera, aunque sea un lugar solitario, sin facilidades, sin aplausos, sin confite humano, es el lugar más seguro del mundo, pues allí el Señor Jesús ve, aprueba y le recompensa.
Aunque hoy usted rema contra la corriente, porque muchos a su rededor abandonaron la higuera para quedar en las plazas de fácil visión humana, usted tiene la compañía de Aquel que no se equivoca en distinguir al verdadero del falso. El hombre yerra, pues muchas veces piensa que el hipócrita es el verdadero y tiene al verdadero como falso.
Muchos engaños y dolores podrían ser evitados si nosotros comprendiésemos que, la verdadera espiritualidad no está vinculada al exterior o a palabrerías, sino a una comunión profunda e íntima con Dios.
Por último, es imposible habitar dentro de la misma persona la sinceridad y la hipocresía juntas. O sea, no hay término medio: ante del Altísimo, el hombre es espiritual o carnal, verdadero o falso. ¡Piense en eso!