Todo lo que Isaac, su padre, le había enseñado durante toda su juventud fue ignorado por Esaú. Cada año que pasaba, él tenía menos interés en las costumbres de sus padres, costumbres que venían de Abraham ,un ejemplo de abuelo, escogido por Dios para comenzar una nueva nación. Esaú no se preocupaba con la historia de su familia, él quería hacer su propia historia.
Esaú se casó con dos mujeres de otras naciones. Dos errores: dos mujeres y dos mujeres de otros pueblos… Otras costumbres que estaban contra Dios. Esaú no se importaba con lo que esas mujeres pensaban de su Dios, de hecho, ni él Lo consideraba como Dios… Eso entristeció mucho a sus padres, porque además de los errores – dice la Biblia que esas mujeres “fueron para Isaac y Rebeca una amargura de espíritu.”
¡Imagine que situación! Ellos no merecían eso.Todo el mundo sabe que cuando un hijo se casa, sus padres ganan una hija y viceversa. ¡Imagine que hijas Rebeca ganó! ¡Que lástima!
Todo aquel perfil de hombre valiente fue por agua abajo con aquel enlace sin sentido,pero él aún era el primogénito e Isaac no lo quería deshonrar.
Probablemente, Isaac pensaba que al bendecir a Esaú, él iría a tener un encuentro con Dios y cambiar, a fin de cuentas, padre es padre. Es incompatible ser padre y perder las esperanzas en relación a los hijos…
El tiempo ya pasaba, Isaac ya estaba mayor y la única cosa que faltaba hacer por Esaú era bendecirlo…
“Y aconteció que siendo ya viejo Isaac, y sus ojos demasiado débiles para ver, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: Hijo mío. Y él le respondió: Heme aquí. 2 Y dijo Isaac: Mira, yo soy viejo y no sé el día de mi muerte. Ahora pues, te ruego, toma tu equipo, tu aljaba y tu arco, sal al campo y tráeme caza; y prepárame un buen guisado como a mí me gusta, y tráemelo para que yo coma, y que mi alma te bendiga antes que yo muera.”
Fuente: Blog de Cristiane Cardoso