Algo que tú debes entender y jamás olvidar es: existen dos tipos de desiertos. En el primero, es Dios quién te lleva. En el segundo, tú te colocas ahí. Hoy, hablaremos sobre el primero y la semana que viene abordaremos el segundo. Cuando Jesús fue llevado al desierto, Él fue llevado por el Espíritu de Dios. Piensa conmigo: ¿Por qué el propio Dios llevaría a Su hijo al desierto? ¿Sabemos lo que es un desierto, verdad? Es un lugar con temperaturas extremas, sin agua, sin confort, sin paz. En el desierto, tú no tienes seguridad y tampoco tienes dirección. En el desierto, tú realmente te sientes sola, no hay nada, no hay nadie. Pero, vimos que el propio Dios llevó al Señor Jesús para ese lugar. ¿Por qué?
Amiga, tal vez, tú estás caminando en un desierto espiritual. Tú te sientes como si estuvieses sola, sin nada, sin nadie. Tienes sed, pero parece que no existiera agua que te pueda saciar. Tú no tienes paz, parece que las cosas estuviesen fuera de control. No hay confort en tu alma, y sientes cómo si algo estuviera mal en ti. Tus palabras parecen vacías. Tu llanto tan profundo y tus oraciones tan angustiadas. Incluso, es difícil de explicar. Es como si Dios te hubiese abandonado. Sin embargo, ¿cómo es que Él te abandonaría si nos prometió que estaría con nosotros todos los días de nuestra vida? Está escrito en Su palabra, mira solamente: “…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:20)
Dios te lleva al desierto para poder moldearte, para que madurez, para hacerte crecer, para quebrantarte, para fortalecerte y hacerte florecer. El problema es que muchas no saben actuar cuando se ven en un desierto. ¿Saben lo que sucede con muchas de nosotras? Cuando estamos en el desierto espiritual, vemos ese momento como un intervalo para tomar un café con el diablo. Nos quedamos dialogando, justificándonos, conversando, alimentando los pensamientos que él lanza sobre nosotras. Está escrito que esos dardos existirían. Miren solamente: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. (Efesios 6:16)
¡Aquí vemos cómo combatir esos dardos! ¡Usa tu escudo de la fe! Y, ¿qué es el escudo de la fe? ¡Es la Palabra de Dios! Amiga, cuando Jesús estaba en el desierto, Él solo resistió porque Él estaba lleno de ese escudo, de la armadura de Dios. ¡Él era conocedor de lo que estaba escrito! Y, usó eso a Su favor. ¡Usa ese escudo! Está escrito: “…Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”. (Efesios 6:13)
Estar en el desierto es estar en el día malo. ¿Y, cómo resistirlo? Tú debes estar blindada con tu escudo: ¡La Palabra de Dios! ¡El Señor Jesús estaba lleno del Espíritu Santo! ¿Y para dónde fue llevado? ¡Para el desierto! ¡Y, tú estás ahí pensando que debes estar en el desierto porque no tienes el Espíritu Santo o porque Dios te abandonó! ¡Mira! ¿Sabes lo que estás haciendo? ¡Tomando aquel café con el diablo!
Amiga, usa las armas de la fe a tu favor. ¡Usa la Palabra de Dios en contra del desánimo, dudas, miedos e inseguridades! Usa el “está escrito…” para tu blindaje interior. Y para eso, tú debes ser conocedora de la Palabra de Dios. ¡No dejes que el diablo robe las palabras de adentro tuyo! ¿Quieres ver? ¿Qué fue lo que hablamos la semana pasada? ¡Muchas de ustedes ya se olvidaron! ¡Otras no se acuerdan ni siquiera de lo que predicó el pastor el último domingo! ¡Sé conocedora del código que te defiende! ¡Sé conocedora de la Palabra de Dios!
¡El hecho de que estés en un desierto debe ser motivo de alegría! ¡Nada es eterno! Cuando ese desierto termine, tú vas a ser mucho más fuerte, madura y capaz. ¡Tu comunión con Dios será más estrecha y Lo conocerás como nunca antes! Y así, como Jesús, cuanto tú resistas hasta el fin; los ángeles vendrán y te servirán. Pero, para eso, debes permanecer. ¡Usa tus armaduras de fe! ¡Aún siendo llevada al desierto, florece!