En los días actuales, una de las debilidades de muchos hombres es una cierta carencia. No hace mucho, unas décadas atrás, cuando la esposa tenía el hábito de hacer de todo para agradar a su marido… Ella insistía en cocinar, cuidar de sus ropas y preparar todo para él en casa.
En aquella época, la esposa era la reina del hogar. Ya en nuestra época, ella es una residente más en aquel hogar. Todos tienen que contribuir con las tareas de la casa, todos tienen que acostumbrarse con el ritmo de la familia, que come fuera casi todos los días – y cuando no, comida de microondas.
Lo sé, las cosas cambiaron, muchas veces la esposa también tiene que trabajar para que su familia sobreviva. Sin embargo, con seguridad hay tiempo para ciertas actitudes, no necesitamos descartar todo sólo porque el tiempo es limitado. Y ciertas cosas que no necesitan ser descartadas son justamente la apreciación, el cariño, la consideración, el respeto y el deseo de agradar.
Maridos que no son apreciados, que son objeto de críticas, son hombres carentes. Hombres carentes no funcionan bien, tienden a trabajar mucho para tal vez poder recibir alguna apreciación. A veces son hasta celosos. Muchos no consiguen comunicarse y aparentan ser hombres ingratos, reclamones, brutos y ausentes. Sólo que todo eso es una fachada para esconder esa carencia.
La esposa sabia sabe dar aprecio, agradar y, con su carácter femenino, le hace sentir el hombre más fuerte, mejor y más inteligente de la faz de la tierra.
En la fe.