En la vida tenemos que tener propósitos bien definidos sobre qué hacer, a quién y cuando; si no vamos a ver nuestros mejores años pasar sin aprovechar las grandes oportunidades.
Como cristianos aprendemos, en el inicio de nuestra caminata en la fe, que tenemos que morir para los apegos del mundo y de nuestra carne. Mientras tanto, difícilmente, aprendemos que también necesitamos morir para la aprobación o reprobación de las personas que están a nuestro alrededor.
Y así continuamos vulnerables al terrible defecto de la naturaleza humana de entrometerse en la vida ajena y suponer todo.
Eso parece crecer día tras día, como los precios en el supermercado, jaja. Aquellos que no viven preparados para lidiar con eso, no conseguirán librarse de las opiniones ajenas.
María, hermana de Marta, me enseña mucho todas las veces que leo sobre su vida y pienso sobre ese asunto.
Ella aparece apenas tres veces en las Escrituras, pero en todas, ella está a los pies del Señor Jesús. La primera vez priorizó Su enseñanza y se quedó sentada en medio de los discípulos, incluso con tantos quehaceres en su casa y los reclamos de su hermana.
La segunda vez, cuando su hermano Lázaro murió, se postró nuevamente a los pies del Señor. Ella sabía que todo su dolor había sido permitido porque Él tenía un propósito: de Sus manos vendría el milagro.
Pero hoy quiero hablar sobre su último acto de fe. Fue tan extraordinario que, cuando se habla del nombre de María, se recuerdan su desprendimiento y coraje.
Desde joven, ella trabajó arduamente juntando su salario para conseguir un raro y preciosísimo perfume. La pureza y la cantidad de ese bálsamo de nardo simbolizaban su vida y su sueño de casarse.
En antiguo oriente, las vírgenes tenían la costumbre de conservarlo para las bodas. Al ponerse de novia, la joven ungía al novio y, después de casada, ella se perfumaba y ungía su lecho de nupcias. Además de eso, el perfume podría ser usado como un tipo de reserva monetaria para cualquier dificultad del matrimonio.
Faltaban seis días para la Pascua, por lo tanto, Jesús estaba listo para ser crucificado. Aquel era el único y decisivo momento. María no tendría otra oportunidad de honrarlo en la tierra. Y ella no dejó que se le escapara la chance. Cuando adquirimos un perfume caro, hacemos un gran ahorro, pasándolo en gotitas en algunas partes del cuerpo. María, además, fue extravagante. Ella salió de su habitación y entró en un determinada sala; y no dejó nada de perfume para ella.
Para no correr ese riesgo, ella rompió el valioso frasco de alabastro y derramó todo el contenido a los pies del Señor. María no tenía más tesoro, todo estaba sobre Él; incluso su futuro y su sueño.
Como si no bastase ese acto, María fue osada y quebró el protocolo. Ella soltó su cabello; algo que no le era permitido a una mujer judía en público y se puso a secar los pies de Jesús. Estaba en juego su reputación, pues al mismo tiempo que se humillaba, se exponía a una cultura que repudiaba aquel comportamiento.
Mientras María estaba ahí deseando agradar solamente a Dios en carne y hueso por completo, comenzó a recibir críticas venidas de los propios discípulos. Algunos de ellos, principalmente Judas, actuaron negativamente su fe.
Ellos se quedaron indignados y comenzaron a murmurar entre sí diciendo cosas del tipo: “¡Qué desperdicio!”, “¿Para qué eso?”, “Si quería dárselo a alguien, ¿por qué no se lo dio a los pobres”? Y bla, bla, bla…
La importunidad hacia ella fue tan grande que fue necesario que el Señor Jesús ordenase que dejaran de molestarla.
¿Alguna vez usted ya se esforzó para dar su mejor en alguna cosa y fue despreciado por eso?
¿Ya escuchó bromas y/o recibió críticas cuando solo tenía en mente una buena intención?
Tengo certeza que del otro lado de la pantalla hay un unísono: ¡Sí!
Y…todos pasamos por eso. Por esa razón, tenemos que estar preparados para conducir nuestra vida independientemente de las censuras y opiniones ajenas.