Los israelitas vivieron en la debilidad y en la esclavitud por más de cuatrocientos años en Egipto. Bajo el cruel dominio del faraón, perdieron sus tierras, fuerzas, libertad, pero, sobretodo, su identidad.
Sin embargo, ellos clamaron a Dios y fueron rescatados por Él. Por lo tanto, millones de personas entre hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y niños salieron en el éxodo del Egipto.
Partieron en libertad hacia el desierto rumbo a la tierra prometida, pero, en aquella ocasión no pasaban de una gran masa humana. La necesidad más urgente que el pueblo tenía en aquel momento era el orden y la disciplina, de otra forma no podrían ser una nación. Por esa razón, en el primer momento, Dios suplió el hambre y la sed de ellos, pero luego providenció lo que era más importante para que de hecho, un estado fuese formado: la Ley.
A través de Moisés, Dios determinó las leyes espirituales, morales y ceremoniales. Esas leyes enseñaban al hombre a relacionarse con Él y con su prójimo. De esa manera, en detalles fueron establecidas las normas para el matrimonio, divorcio, propiedades, herencias, esclavitud, relaciones familiares, robo, homicidio, alimentación e higiene,etc.
Eso demuestra que la ley requiere del hombre responsabilidad y autocontrol. Pues, ¿de que serviría a los hebreos la libertad y seguir siendo infelices, viviendo bajo la injusticia y esclavos de si mismos? ¿De que serviría poseer una tierra, y tratarse mal los unos a otros? ¡Si con la ley establecida ellos llevaron cuarenta años para tomar pose de Canaán, sin la ley seria imposible!
Eso ocurrió hace más de tres mil años. ¡Los tiempos cambiaron, es cierto, pero los hombres siguieron siendo los mismos! Y, aunque la buena conducta, la sumisión a las reglas y el respeto al prójimo, parezcan ser valores ultrapasados, no hay ninguna manera de alcanzar el progreso sin ellos.
A algunas personas no les gusta, pero aprecio mucho el lema de la bandera por ejemplo de Brasil: “Orden y Progreso”.
Un lema muy necesario y expresivo, pero esa idea ha sido considerada una fantasía o, como mínimo, una utopía, por nuestros gobernantes y también por los ciudadanos.
Sin embargo, así como los hebreos no resistirían como un pueblo o no tendrían razón para existir si no fuese por el orden y la disciplina implantados por Dios, nosotros como nación, sin someternos a ella, no vamos a pasar de una caricatura de nación. Este es un gran País en su extensión, sus números, su población, pero grotescamente deformado en sus propósitos e ideales.
Por esa razón, y suspirando por el progreso soñado y por el País del futuro, generaciones ya han muerto. Lo que nos ha quedado a diario es presenciar el rollo compresor político de atropellar el derecho de los más débiles y de aquellos que podrían reaccionar al sistema.
Tenemos representantes que roban, descansan, gastan el dinero que nos quitaron y aún se burlan de la sociedad. Los nombres están por la prensa para que tengamos la inteligencia y el discernimiento de jamás volver a elegirlos.
Pienso que el cambio que el país necesita, pasa por todos nosotros. Y si ese cambio no ocurre pronto, vamos a ver más conflictos de clases, desigualdades, injusticias y corrupción. Y el mismo progreso, solo acontece en la vida de unos pocos que han hecho estafas y piensan que van a quedar impunes.
¡Pero, sobre impunidad, hablaré en la próxima semana!
Le espero por aquí.