Cuando pienso en niños, la primer palabra que viene a mi mente es simplicidad. Ellos son tan puros que no saben fingir. Si dicen una mentira, enseguida los descubres. Si no les gusta el regalo, lo dicen con naturalidad “a la cara”. Si la comida no está buena, no importa quien la haya hecho, lo dicen.
La belleza de los niños está en su forma espontanea de ser.
Con el crecimiento y el descubrir de cómo el mundo funciona, esa cualidad se pierde. Poco a poco, la forma de actuar, que antes era muy natural, se vuelve dura y sin gracia.
En el mundo lleno de reglas y más reglas, usted aprende que tiene que decir que es precioso, a lo que usted no considera precioso; no puede decir lo que piensa, y si, lo que las personas quieren oír; usted no debe estar con quien a usted realmente le gusta, sino con quien puede favorecerle en algo… Y así pierde lo que es verdadero: la amistad, la alegría y la sinceridad.
No permita que las situaciones la empujen de tal manera que usted ya no pueda ser usted misma. No pierda su alegría de reír, conversar, mostrar sus cualidades y también sus defectos. Claro, ¡pero todo dentro de un equilibrio!
Ser espontanea es sobre todo, ser sincera .