
Yo no sé usted, pero a cada niña que conozco le encanta vestirse con la ropa de su mamá y caminar de un lado al otro con sus zapatos de taco alto, usando su lápiz labial y fingiendo ser una linda señora. Amar la belleza y querer ser femenina está programado dentro de cada una de nosotras en menor o mayor proporción. A medida que vamos creciendo, las personas, circunstancias, nuestras propias preocupaciones, miedos y expectativas forman nuestro comportamiento e imagen propia. Eso fue lo que sucedió conmigo. Aquella niña nunca me dejó, solamente se quedó a un costado y le dijeron que se quedara quieta.
Liberarme de mis antiguas inseguridades significaba, finalmente, abrazar el hecho de que si yo sentía que era una mujer de valor y belleza en mi carácter, ¿qué había de errado en intentar mostrar eso externamente? Yo no estaba siendo irracional, superficial o sin espiritualidad por amar las cosas femeninas. Yo no necesitaba de una razón práctica por la cual debería usar esos lindos zapatos de taco alto que no fuera la simple razón de que los encontraba bonitos. Y, yo no tenía que pedir disculpas delante de toda mi familia masculina porque quería ver una comedia romántica aunque supiese que la actuación sería mala.
Sin embargo, una cosa que yo vi en otras mujeres y en mí es que aunque podamos resistir e insistir en que somos completamente felices de la manera que somos, que “esa soy yo” y “yo no soy muy femenina”; todas nosotras queremos parecernos y sentirnos mejor debajo de las barreras que colocamos sobre nosotras mismas. Si Dios nos creó de esa manera, nosotras nos lastimamos cuando ignoramos eso. Desde las jóvenes a las que les gustar usar ropas sugerentes y tienen un comportamiento promiscuo hasta aquellas que, como yo, querían mezclarse en un escenario de apariencia marcante e indefinido; todas ellas tienen las mismas inseguridades internas. Todas quieren ser amadas por lo que ellas son, de manera adorable y femenina, tanto por dentro como por fuera.
Mis amigas me incentivaron y ayudaron a mostrar externamente aquella parte que estaba reprimida adentro mío y eso hizo una gran diferencia en mi vida. Amar a quién eres es un terrible cliché, pero no hay otra manera de exponerse. Entender que Dios la hizo mujer es una parte de todo eso. Estar rodeada de mujeres de Dios que le incentivan es la llave para todo eso. Esto significa sugerencias y críticas cariñosas – risas y el tipo de elogio que solamente las mujeres saben dar.
Yo estaba acostumbrada a mirar alrededor de un montón de extraños y comenzaba a compararme con las mujeres que yo veía. Ahora veo miradas que me son familiares y no ojos de mujeres que tienen las mismas inseguridades que tuve un día. Yo les quiero decir a ellas lo bellas que son y como podrían divertirse mucho más al apreciar su belleza, pero no me atrevo a decir una sola palabra porque sé lo doloroso que puede ser este asunto. Tal vez, ellas lean este post y comiencen a verse a través de los ojos de Dios.Yo quería haber aprendido esto hace mucho tiempo atrás. ¡Mejor tarde que nunca!
Evelyn Higginbotham