¿Recuerdas aquellos dibujos animados en que el personaje principal siempre tenía un diablo en un hombro y un ángel en el otro? Interesante que ambos tenían la misma cara del personaje. El diablo era malo e incitaba al personaje a hacer lo que era malo. Ya el ángel buscaba influenciarla para el bien, sólo que siempre perdía…Es más o menos así que vivimos diariamente. El alma, que es nuestro corazón engañoso y corrupto, hace ese papel de diablo. El espíritu, que es nuestro intelecto, hace el papel del ángel. El espíritu tenía que ser más fuerte que el corazón, sólo que el corazón es siempre más atractivo. Él quiere las cosas sin pensar en las consecuencias. Aquel bizcocho de chocolate que acabó de salir del horno va a darte dolor de tripa y a engordarte aquellos 300 gramos que perdiste la noche anterior, pero escoge ignorar la razón y comerlo aún así. ¡Corazón malvado!
Todo lo que nos hace bien viene del espíritu. Por ejemplo: cuando determinas que vas a acabar algo que comenzaste, es porque decidiste hacer la voluntad de tu espíritu. Cuando decides perdonar, mirar hacia adelante , parar de llorar por lo que sucedió, romper con aquella amistad que te perjudica… ¿Entiendes? La decisión del espíritu es muy fuerte y siempre nos trae un cierto orgullo de nosotros mismas, como si hubiéramos vencido una batalla que normalmente se suponía perdida. De hecho, esa es una de las consecuencias. Cuando hace la voluntad de tu corazón, sólo trae “beneficios” en el momento. Después es sólo arrepentimiento…
Cuando haces la voluntad de tu espíritu, es como si fueras más fuerte de lo que pensabas ser. El problema es que lo normal es que la gente no consiga hacer la voluntad del espíritu. Ellas hasta quieren, pero llegada la hora de hacerlo, no consiguen. Esa es una de las consecuencias del Éden. Perdemos el dominio propio. Escuchamos lo que era malo.
Fue por eso que Dios envió a su Hijo Jesús para salvarnos, pues con nuestra naturaleza descontrolada, estamos todos de cabeza al infierno! Felizmente, aquellos que aceptan el Señor Jesús como Señor y Salvador, y viven de acuerdo con Sus enseñanzas, acaban recibiendo su Espíritu, que es Quien nos da la fuerza para recuperar nuestro dominio propio de vuelta de las manos del corazón. Con el Espíritu Santo, ya no soy dominada por mi corazón. Pero no es sólo eso, ¡Fíjate Quién es el que tiene todo lo que siempre soñamos tener!
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; … Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.”(Gálatas 5.22-26)
El Espíritu Santo es el amor que muchos nunca conocieron. La alegría que muchos buscan pero nunca encuentran. La paz que muchos nunca tuvieron…
Cuando alimentamos nuestro propio espíritu, nos aproximamos a Él.