Moisés, cuando ayunó durante cuarenta días, subió a la cima del monte para consagrarse. El Señor Jesús también hizo cuarenta días de ayuno, y en este período, quedó aislado en el desierto de Judea. Nosotros, hoy, no podemos aislarnos físicamente, ¿no es cierto?
Sin embargo, podemos reservar más nuestro tiempo y nuestra atención al renunciar al entretenimiento y a muchos placeres permitidos que internet ofrece, para dedicarnos a Dios. Con este sacrificio, demuestro al Señor que tengo hambre y sed de Él, más que cualquier otra cosa en este mundo.
Estamos viviendo días en que la dependencia a las redes sociales, a los sitios web y blogs ha sido tan grande que la comida puede esperar, ¡pero no su móvil!
Parece que el móvil e internet para algunos se han convertido en la extensión de su cuerpo.
Basta decir que, en la vida espiritual, los parámetros y las leyes son diferentes de la vida terrena. Cuanto más me alimento de Dios, más hambre tengo de Él. Cuanto menos voy a Él, menos ganas o apetito tengo para lo que es celestial.
Por otra parte, la vida espiritual supera la vida terrena, como por ejemplo: la medicina dice que una persona que se alimenta únicamente de vegetales está obligada a quedar físicamente debilitada. Sin embargo, Daniel y sus amigos en la Babilonia, para no se contaminar con las comidas del rey, principalmente las carnes, que eran normalmente sacrificadas a los ídolos, no quisieron alimentarse de ellas. Al final de esa retirada, fueron más fuertes que todos los demás que comieron de todo. ¿Cómo explicar esto?
La fe tiene un poder extraordinario, por esa razón, use este propósito como un gran aliado a su crecimiento espiritual y absténgase de todo que le roba lo que es eterno y valioso.
¡Te espero la próxima semana!