Desde muy joven comencé con el vicio del alcohol. Esto me ocasionó muchos problemas con mi mamá, que un día ya no soportando esta situación, me golpeó y me dijo cosas muy duras, que me dolieron más que los golpes, incluso me dijo que me fuera de la casa, debido a lo cual guardé un gran resentimiento en su contra.
Aunque continuamos viviendo en la misma casa, nuestra relación ya no fue igual, se deterioró, no conseguía ni mirarla a la cara. El alcohol me trajo muchas enemistades, por lo cual siempre andaba armado.
Sentía odio contra muchas personas y este sentimiento me alejaba cada vez más de la paz que tanto anhelaba. Después de cierto tiempo conocí a Anita y me uní a ella pensando que eso traería felicidad a mi vida, pero la hacía infeliz a causa del vicio, ella me aconsejaba a dejarlo y terminábamos peleando, yo le decía que iba a morir con ese vicio.
El alcohol me hacía olvidar de todo, incluso de mis responsabilidades; también sufría con pesadillas y sentía que una presencia maligna me agarraba y me halaba. El momento más duro de mi vida fue cuando mi salud comenzó a deteriorarse, pasé a sufrir desmayos, me deshidrataba y sentía mucho malestar en el cuerpo, incluso, el fuerte dolor en la columna no me dejaba levantar de la cama.
Por otro lado, ella también estaba enferma, tenía un problema en los riñones y gastritis. Todo ese sufrimiento tuvo fin el día que mi esposa escuchó un programa de radio de la Iglesia Universal y luego de varios días fuimos. Desde entonces pasamos a frecuentar las reuniones constantemente y nuestra vida fue cambiando poco a poco.
Llegó la Hoguera Santa y decidimos lanzarnos en esa fe.
Sacrificamos para Dios con toda sinceridad y nos entregamos por completo en el Altar, con la certeza de que Dios cambiaría nuestra vida por completo. La respuesta llegó.
Fui curado al igual que mi esposa, estoy libre del vicio y de todos aquellos problemas espirituales que tenía; mi finca que no producía nada comenzó a producir.
Hoy, gracias a Dios, vivimos felices y en paz, la familia está unida. Dios nos dio condiciones de adquirir carros y fincas, sin embargo, lo más importante que sucedió en mi vida, fue que, después que perdoné a todos los que consideraba que me habían hecho daño, recibí el Espíritu Santo.
Ahora soy un hombre nuevo, con una nueva mentalidad, no tengo vicios, hay armonía en mi hogar, Dios me dio ideas y dirección para prosperar, la relación con mi esposa es otra. En nuestro hogar hay amor, respeto y juntos compartimos la misma fe, tenemos paz, alegría y placer de habernos tornado hijos de Dios.
•• Alfredo y Anita