¿Quién, ante alguna situación complicada de la vida, no se sintió ansioso? A los ojos del mundo, esto parece algo muy común, por lo demás, en los días actuales, es difícil encontrar personas que no vivan ansiosas, pues todo coopera para desarrollar esa semilla dormida en la naturaleza humana.
Cuando pienso en una persona ansiosa en la Biblia, recuerdo a Pedro. Él era un hombre impetuoso, del tipo que no pensaba antes de hablar o actuar, lo cual le llevó a involucrarse en varias situaciones embarazosas. Ejemplo de esto fue cuando dio al Señor Jesús el pésimo consejo de huir de la cruz y también en el momento de la prisión del Salvador, cuando cortó la oreja de un hombre queriendo encarar a un pelotón de soldados. Además, era el discípulo que menos sabía esperar.
Una vez, los discípulos estaban en el barco, y el Señor Jesús decidió ir al encuentro de ellos, pero para eso, el Maestro fue caminando sobre las aguas. Imagino que escena extraordinaria, ¿no es así? Todos los discípulos estaban admirados, pero Pedro fue más allá de la contemplación y pidió también andar sobre las aguas. Al tener su petición atendida, el apóstol salió del barco y caminó muy bien por unos metros hasta que percibió la fuerza de los vientos y las olas y empezó a ahogarse. Creo que sus dudas deben haberse originado en la ansiedad de llegar pronto donde Jesús estaba. Con eso, se confundió en sus pasos y perdió el objetivo.
Más tarde, al ser transformado interiormente, pudo usar sus fracasos como enseñanzas a todos nosotros, al decir, con propiedad, que lancemos sobre Dios toda nuestra ansiedad, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5.7).
Entonces, aunque los conceptos seculares afirman que la ansiedad es algo normal, para los que son de Dios, se convierte en un pecado. Pues la preocupación y el estrés no son más que un certificado que prueba nuestra falta de confianza en el cuidado del Altísimo. Es un comportamiento que muestra que no creemos que nuestro Padre sea lo suficientemente fiel y poderoso para ayudarnos en nuestras necesidades.
Y peor, justificamos la incredulidad con la excusa que nuestros problemas son terribles y que, por ello, podemos quedarnos removiéndolo. Yo confieso que me siento una boba cuando me olvido de la Palabra de Dios y me dejo dominar por inquietudes. Pues, tenemos la garantía de que el Todopoderoso se interesa por nuestros asuntos y quiere cuidar de lo que nos aflige, pues ese es el carácter de Él en relación a sus hijos.
Para probar esto, el Señor Jesús dijo que alimenta a todos los gorriones, que son aves de menor valor monetario; viste de una belleza singular un lirio del campo; y aún mantiene bajo su conocimiento el número de cabellos de nuestra cabeza. Este entendimiento sobre la gran providencia Divina lleva a cualquier persona sensata a renunciar a la ansiedad, el miedo, la duda y la impaciencia. De repente, este texto va en contra de usted en un momento de duda con respecto al futuro, con lo que puede suceder mañana con su salud, con su familia o con su trabajo.
Pero no permita que las necesidades temporales o espirituales cieguen sus ojos y roben su fe en el Dios de las Promesas. ¡Coloque ahora su ansiedad a Sus pies y descanse en la certeza de que Él cuidará de todo! ¡Qué privilegio! ¿Qué más el pequeñito hombre puede desear? ¡Es demasiado consideración tener a Dios trabajando para nosotros! Sólo nos corresponde honrarlo con nuestra plena confianza en Su Palabra.