El Señor Jesús venciendo la muerte, se tornó la esperanza viva de una nueva vida.
Y todos aquellos que se entregan a Él reciben una herencia incorruptible que se refiere a las bendiciones que cualquier ser humano precisa y lo principal, la vida eterna.
Es común ver tragedias, y a muchos delante de esas situaciones preguntándose por qué Dios lo permite. Cuando en realidad, Dios sólo vela por aquellos que se entregan a Él por medio de la fe.
Estos son aquellos que obedecen Su Palabra, pues no sirve de nada decir: «yo creo» si no obedezco Su Palabra.
Sin excepción, todos pasaremos por momentos difíciles, pero Dios siempre guardará a los Suyos.
Las luchas vendrán, pero esto no significa que Dios esté probándonos, pues las dificultades llegan para que nosotros podamos probarnos en nuestra fe, y así podamos ser aprobados por Él.
Mientras más pasemos por luchas nuestra fe se hará más pura, como el oro.
Amigo lector, el fin de la fe no es sólo para solucionar problemas, sino para la salvación de nuestra alma, para después unirnos con Dios en Su Reino.
Todos aquellos que toman la decisión de entregarse al Señor Jesús de cuerpo, alma y espíritu ya tiene un lugar reservado en Su Gloria.
“En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en El, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, obteniendo, como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas”. 1 Pedro 1.