“Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mateo 4:4).
¡Toda palabra tiene poder! pero sólo la palabra de Dios tiene poder para restaurar, transformar y resucitar la vida de cualquier persona. El poder de la Palabra de Dios está disponible para todos, pero sólo puede ser eficaz en aquellos que creen y que se entregan, obedeciéndola.
El matrimonio es un buen ejemplo del poder de la palabra, que une a dos personas en una sola carne, pues ellas creen en la palabra de su pareja y por eso se casan.
Así mismo sucede con Dios, sólo podemos casarnos con Él, cuando oímos, aceptamos, creemos y nos entregamos a vivir en Su Palabra.
Hoy en día las personas viven sufriendo debido a la palabra del mal que escuchan. Y delante del sufrimiento, diversas religiones enseñaron a sus seguidores que sus problemas son “su Karma”, “su Cruz”.
Pero, la Biblia nos enseña otra realidad, pues cuando los diez leprosos pidieron ayuda, Jesús no les dijo: “esa es su cruz”, al contrario; Él los sanó. Además cuando Jesús convocó a los discípulos les dijo: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios.” (Mateo 10:8).
En ningún momento vemos a Jesús dando orden para consolar a los enfermos ¡y sí para sanarlos!
“He aquí que no se ha acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” (Isaías 59:1-2).
Podemos ver que no es Dios que pone una barrera entre Él y nosotros, pero son nuestros pecados.
Fue exactamente para eso que vino Jesús, Él nos abrió la puerta para que nuestro clamor sea oido.
El Señor Jesús murió en la cruz, pagó por nuestras culpas e iniquidades, y a través de Él, tenemos el derecho de llegar al Dios Padre.
Los diez leprosos fueron sanados, pero sólo uno regresó y fue salvo.
Amigo lector vea el maravilloso ejemplo de ese leproso que volvió para agradecer, podemos comparar ese ejemplo con nuestra vida, Dios tiene placer en atendernos cuando necesitamos algo, y esto es lo que nos lleva a vivir agradecidos con Él toda la vida.
Debemos comprender que somos curados por la fe en el Señor Jesús, y no porque merecemos.
Cada uno debe hacer su propia elección en la vida, obodecer a Dios o vivir según le parezca. La decisión es nuestra.
Dios es grande, inmenso y poderoso para hacer cualquier cosa en nuestra vida, pero, aún así, Su mayor interés siempre será, vivir dentro de cada uno, en su corazón, para guiarle y guardarle, para esto es necesario que usted crea en Su Palabra y se entregue a Él sin reservas, usted no tendrá nada que perder, y sí mucho que ganar.