Todas las personas que conocen las buenas nuevas del Evangelio se sienten deseosas de compartirlo con otros. Inmediatamente viene a la mente nuestro círculo de familiares, amigos y vecinos que desconocen esa Verdad maravillosa.
Los primeros en escuchar sobre nuestra experiencia son los de nuestra propia casa, pues la mayoría de nosotros no tuvimos el privilegio de nacer en un hogar cristiano.
Pero es precisamente en esos momentos en los que muchos se equivocan en no saber cómo pasar algo tan precioso sin ser molesto, excesivo o aburrido.
Hay muchas personas que podrían influir de forma extraordinaria si fuesen sabias al evangelizar, ya que no son sólo sus palabras que hablan, sino sus actitudes también.
Hace algunos años conocí a una persona que creó una desarmonía tremenda en su familia porque sus palabras en casa estaban siempre llenas de amenazas. Él usaba el “infierno” para hacer terrorismo en la mente de sus seres queridos y forzarlos a convertirse. Junto a eso todavía tenía la intromisión en la vida de todos para revelar lo que era “pecado” y lo que era del “diablo”. Su esposa comentó que hasta los vecinos se quejaban de su marido, pues cada vez que él iba a lavar el coche colocaba canciones cristianas bien altas, o el mensaje del pastor, para que todos fueran “evangelizados”. Incluso había días en los que él hacía una “unción” en la calle y en las puertas de las demás residencias de forma bien ruidosa.
Aquel hombre tenía buena intención, pero actuaba muy diferente de lo que se propone en las Escrituras. Nuestra misión no es arrastrar personas a la iglesia, sino llevarlas a la fe genuina. Evangelizar es dialogar, dar nuestro testimonio, escuchar indagaciones y estar preparado hasta para recibir un “no” como respuesta. Pero nunca es imponer o insistir repetidamente hasta irritar a los demás.
Aprendí que cada persona tiene su tiempo (para algunos, ese proceso es lento) y necesitamos respetar eso, tener paciencia y sabiduría, principalmente, con nuestros familiares.
Algo importante a ser pensado sobre evangelizar también es: ¿cómo contribuimos al tipo de lectura que los otros hacen de nosotros? Si nuestra vida pasa un mensaje a los de fuera que ser cristiano es algo aburrido, lleno de prohibiciones y obligaciones, es lógico que, al ser invitadas a estar con nosotros en la iglesia, esas personas rechazarán. Es fundamental que nuestra vida se haya vuelto mejor, de no ser así, por mejor que sea el discurso, no tendrá ningún respaldo.
Para finalizar, quien convence al ser humano de sus errores y despierta el deseo para una nueva vida es el Espíritu Santo. Nuestras palabras son sólo cooperadores en el proceso de conversión.
Por lo tanto, evangelice y difunda el amor de Dios sin atacar, sin ofender y ni ser aburrido, ¡porque si no, usted estorba en lugar de ayudar!