Cierta vez, el escritor canadiense James Terry White (1845-1920) dijo: “no es necesario que un hombre sea activamente malo para hablar de su vida; su simple inactividad hará eso. (…) todo lo que deja de luchar, que permanece inactivo, se deteriora rápidamente. Es la lucha en dirección a un ideal, el esfuerzo constante para llegar más alto y más lejos, que desarrolla la masculinidad y el carácter”. White estaba en lo correcto. El hombre sin metas, sin la certeza de un objetivo claro, tiende a esforzarse muy poco – o nada – y esa pereza se vuelve contra él. Los resultados nunca son buenos.
Podemos imaginarnos una figura clásica: el hombre tirado en el sofá, delante de la TV, panzón (por no cuidarse), con la cara de “chiflado”, con bocadillos y bebidas nada saludables y haciendo el único esfuerzo de colocar los dedos en los botones del control de la televisión en el video juego.
Obviamente, no hay nada de errado con el sofá ni con la TV. El problema es cuando ese relajamiento pasa del punto, del tiempo cierto, y comienza a robar momentos con las personas y para realizar tareas importantes. Mucho se habla actualmente que las épocas muy prósperas y pacíficas producen hombres débiles. Infelizmente (pues es bueno tener prosperidad y paz), tiene sentido. Vemos que en las civilizaciones antiguas el hombre vivía en alerta. Si no cazase o plantase la familia y la tribu pasarían hambre. Si no construyese armas, el grupo quedaría a merced de enemigos humanos o de animales depredadores. Si no buscase saber para que servían ciertas plantas y minerales, no tendría remedios para curar heridas o enfermedades. Física e intelectualmente él se sentía siempre desafiado.
De ahí vemos el sentido de un dicho que muchos discrepan simplemente por no entenderlo: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Nadie está recomendando que se piense en peleas todo el tiempo, sino que se aprenda a luchar por lo correcto cuando sea necesario. Vence quien está más preparado.
Siempre se esperó que el hombre fuese el proveedor, el defensor y, en muchas culturas, el modelo espiritual de la familia o de su grupo social, siendo líder o liderado. Eso requiere preparación, mantener la cabeza y el cuerpo en actividad. Y, cuando hablamos de la fuerza masculina, no es sólo la física o la intelectual: también hay la relacionada con la atención a la esposa, a los hijos, a la sabiduría que inspira autoridad, disciplina, admiración y motivación.
Antiguamente, existían ritos del paso de la adolescencia para la fase adulta: un niño tenía que probar a la sociedad que podía ser hombre y no sólo considerarse uno, como la mayoría hace hoy en día. Por lo tanto, todo lleva a creer que la ociosidad del cuerpo, de la mente y del espíritu, disminuye la masculinidad.
Despierte para eso cuanto antes.