Todo el mundo sabe que toda historia tiene diferentes ángulos y, dependiendo de quién cuenta la historia, uno va a sobresalir más, al punto de anular posiblemente, de manera injusta al otro; pero eso no quiere decir que el otro no exista. Es así que mucha gente termina juzgando y pecando contra Dios.
Tú vives con tus padres y el ángulo que ves es aquel que ellos te muestran: la forma en la que hablan, trabajan, que se tratan el uno al otro, en fin, que viven sus vidas delante de tus ojos. Sin embargo, ¿ya pensaste en el otro ángulo que no es visto por tus ojos ni oído por tus oídos?
Tu madre no es tan atenta contigo, ese es el ángulo que tú ves; pero lo que tú no ves es que ella no sabe ser atenta. Ella no sabe, y llega a pensar que si te da atención, estará siendo falsa…Pero, la verdad es que ella no tuvo la atención de su madre y creció teniendo que ser fuerte, dura y tragándose todo dolor y carencia que sufrió y sufre en la vida. Por eso, ella es tan dura contigo y quiere que tú seas fuerte también.
Ese es el ángulo que nadie ve y que termina haciendo falta para entender al otro que se ve. Por lo tanto, no juzgues. El Señor Jesús ya decía…
“No juzguéis, para que no seáis juzgados”. (Mateo 7:1)
Solo Dios puede juzgar a alguien, pues Él nos ve por todos los ángulos: de arriba, por todos los lados, de adentro hacia afuera e incluso por los ángulos del pasado. Y aún así, pudiendo juzgar, Él no lo hace.
“…Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8:11)
Si Dios que puede juzgar, no juzga. Imagínate nosotros que no podemos.
En la fe.