No son pocos los cristianos que se quejan, de las luchas que enfrentan después de asumir una vida con Cristo. La impresión que tienen es que se volvieron archienemigos del diablo, de hecho, al aceptar al Señor Jesús como único Salvador, ellos se tornaron automáticamente el blanco de ataque preferido del diablo – además, eso es lo primero que sucede, como el propio Señor Jesús advirtió:
“Y seréis aborrecidos de todos por causa de Mi Nombre…” (Mateo 10:22)
“Viene sino para hurtar y matar y destruir…” (Juan 10:10). Entonces, ¿qué cree que sucede cuando alguien, debido a su fe cristiana, comienza a caminar en dirección contraria a este mundo?
Los demonios no siguen reglas, son implacables; si el pueblo de Dios se levanta y resiste, ellos son obligados a someterse, pero si nadie muestra resistencia, los demonios atacarán a todos, sin tener en cuenta quiénes son y lo que hicieron para merecer el ataque.
A diferencia del Señor Jesús que no entra en la vida de una persona sin que la misma Lo invite (Apocalipsis 3:20), los demonios fuerzan su entrada de todas formas, porque no poseen ningún carácter,son mentirosos, engañadores, transgresores; no importa lo que es correcto o justo, si la persona es buena o mala, los espíritus de las tinieblas quieren sólo una cosa: esparcir el miedo y la destrucción por todo lugar posible.
Pero el hecho de no pertenecer más al mundo lo convierte en el blanco de ataques, y es justamente eso lo que le dará la capacidad de vencerlo. A fin de cuentas, “¿quién es el que vence al mundo, sino aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5) A través de la fe, los nacidos de Dios vencen todo el mal, y con él no podemos ser buenitos, estamos en una guerra invisible y la mejor manera de que salgamos victoriosos de cada batalla es atacar las estrategias del enemigo.