Extrañar a alguien, es difícil de definir y hasta encontrar sinónimos en el diccionario. Por lo general esa nostalgia llega despacio, cuando nuestra memoria nos lleva de vuelta a los recuerdos de personas, lugares o circunstancias buenas que ya no disfrutamos más. Esa ausencia puede tener un aire nostálgico, pero al mismo tiempo es dulce y suave, capaz de hacernos sonreír solos.
La Biblia cuenta la historia de Joram, un rey de Judá que, a pesar de que recibió tanto amor, buenas enseñanzas y ejemplos de su padre, Josafat, subió al trono y actuó de forma contraria a las instrucciones que recibió. Desobedeció a Dios, odió y proyectó el mal contra todos, tanto que llegó al punto de asesinar sus propios hermanos. Fue idólatra, insensible, carrasco, y para tener todo el control en sus manos, oprimió el pueblo actuando impiedosamente todos los días de su reinado.
Pero, como todo tiene un final, y quien lo decreta es el Propio Dios, el profeta Elías recibió la orden Divina de enviar a Joram una carta. En sus líneas portaba el aviso de que él sería afectado por el mal y, así cargaría con las consecuencias de sus hechos. Los últimos años de la vida de este rey fueron como una antesala del tormento eterno, pues cosechó el juicio de la maldad que él había practicado (2Cr 21:12-20).
En la altura del autoritarismo, la gente no podía manifestar el rechazo que tenía a Joram. Pero, cuando murió, estaba libre para expresar el alivio que sentía con su partida. Es decir, la gente era muy feliz de saber de su muerte, las Escrituras revelan que nadie en Jerusalén quemó incienso, una costumbre de la época por la ocasión de la muerte de un rey. Por esa razón, lo sepultaron sin ninguna honra en un lugar cualquier. Joram no dejó marcas positivas, por el contrario. Despertó en las personas que lo conocieron, y en aquellas que oyeron hablar de él, el sentimiento de rechazo y desaprobación.
“(…) y murió sin que lo desearan más; y lo sepultaron el la ciudad de David, pero no en los sepulcros de los reyes” (2Cr 21:20).
Al leer la triste historia de este hombre, ¿cómo no reflexionar sobre nuestra propia vida? Estamos todos sujetos a las mismas circunstancias de Joram, o sea, con nuestra vida podemos levantar a alguien, pero también derrumbar; bendecir o hacer sufrir.
No hace falta morir para causar aversión en la gente, ¿verdad? Hay personas tan difíciles de convivir que, basta que ella se ausente un poco para que todos los demás respiren aliviados. Por otro lado, hay personas que no tienen necesidad de hablar. Solo en estar cerca de ellas aprendemos y somos inspirados a ser mejores.
Es una locura pensar que alguien permanecerá en la misma condición elevada siempre. Aun más locura es hacer de esa posición una concesión para humillar, despreciar, maltratar o herir al otro.
Todo en este mundo es momentáneo, y tener consciencia de nuestra pequeñez y finitud nos torna moderados y humildes.
Tenemos en Joram el modelo de persona que jamás debemos ser, pues quien hace daño a su semejante, en realidad, hace daño a si mismo. Y quien desprecia los Consejos del Altísimo, se destruye con sus malas elecciones.