Todos sabemos lo que es pecado. Y a medida que pasa el tiempo adquirimos experiencia para diferenciar lo que está mal y lo que está bien.
Por eso, cuando se comete un error en contra de la fe y de Dios, se acarrea un sentimiento de culpa, el que sólo desaparece al surgir un arrepentimiento sincero.
Muchos sienten culpa de haber “abandonado” a sus hijos por estar muy ocupados trabajando, debido a eso no se percataron en qué momento los hijos se involucraron con los vicios. Hay hombres que por su falta de carácter engañan a sus esposas, quienes terminan sintiéndose culpables al pensar que no le dieron la debida atención.
Ese sentimiento de culpa es lo que separa al ser humano de Dios, por eso Él requiere que la persona se separe de las cosas de este mundo y así acercarse a Él.
Dios no se mezcla con el pecado porque Él es Santo, por eso, si queremos acercarnos a Él debemos santificarnos también, ¿cómo hacerlo? Apartándonos de las malas conversaciones, dejando de mentir, o sea, apartándose del error, eso le dará la certeza de que su vida está en las manos de Dios.
¿Cómo Él entrará en un corazón que no se purifica? Purificarse depende de cada uno, entienda, es uno quien debe apartarse del mal para agradar a Dios.
“Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque el Señor hará mañana maravillas entre vosotros.” Josué 3:6
Dios lo transformó absolutamente todo
“Delante de los demás aparentaba ser feliz, pero sólo yo sabía todo el sufrimiento que enfrentaba”.
Sufrí maltratos, pasaba hambre y muchas necesidades. En mi hogar no había paz, sólo yo sabía lo que pasaba en mi vida.
Mi esposo tomaba mucho al punto de llegar a empeñar las cosas por el alcohol, como era una mujer llena de carencias afectivas, intentaba llenar ese vacío haciendo vida social, después me detectaron úlcera gástrica y cálculos renales, lo que me producían dolores muy fuertes. Sin embargo, no le prestaba atención a eso y me dedicaba a tomar.
Teníamos empleos, pero todo lo mal gastábamos y nunca conseguíamos nada. Delante de los demás aparentábamos que éramos felices, pero detrás de los bastidores todo era un caos, sentía rabia e impotencia de verme en esa situación.
Así llegué a la Iglesia Universal, para ese entonces mi esposo ya asistía a la Iglesia y le pedí que me llevara. El primer día sentí algo especial, a medida que seguí concurriendo todo cambió, me bauticé, recibí mi mayor tesoro, el Espíritu Santo. Adquirimos una empresa, mi matrimonio fue restaurado, después de doce años de unión libre nos casamos, en nuestro hogar hay paz y amor.
•• Clara Alejandro