Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis al Señor. Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué. Ciertamente consolará el Señor a Sion; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto del Señor; se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto.» (Isaías 51:1-3).
¿Será que cómo hijos de Dios estamos oyendo Su Voz y siguiendo Su justicia?
Hacer esto sería vivir en la integridad, siendo justos, practicando la Palabra de Dios en la obediencia a lo que está escrito.
El mayor problema de muchos es que creen en la Palabra pero no la practican, por eso mienten y engañan, siendo esto lo que ha impedido que Dios se manifieste en sus vidas.
Las personas saben que el pecado las aleja de Dios, sin embargo siguen pecando, y esa ha sido la mayor dificultad que Dios encuentra en la iglesia, ya que para Él nada es imposible, pero la conducta de muchos se tornó un impedimento para recibir la bendición del Señor. Él sólo se manifiesta a aquellos que creen y practican su Palabra, pues quien práctica prueba que se entregó de hecho y de verdad.
En el pasado cada vez que el pueblo de Israel pecaba se rompía el lazo que los unía a Dios, y cuando esto pasaba, ellos eran destruidos y llevados a cautiverio. Podemos imaginar los miles de pensamientos que se cruzaban en la mente del pueblo siendo llevado al cautiverio, “Nunca más seremos libres, nunca volveremos a ser una nación fuerte, nunca más seremos felices, tener paz, prosperidad, etc.”, pero siempre quedaba un pequeño remanente que permanecía obediente y fiel a Dios, a través de estos pocos Él levantaba de nuevo a la nación y la volvía grande y fuerte.
Dios usó el ejemplo de Abraham, para mostrar su deseo con nosotros, llamarnos, bendecirnos y multiplicarnos.