El libro de Levítico es preciosísimo para la comprensión del Nuevo Testamento. Sin entender las leyes allí descritas, difícilmente la persona alcanza la profundidad de la Obra de Redención del Señor Jesús. Todo en el libro apuntaba a Él y a Sus sacerdotes espirituales. Por esa razón, ese libro está en medio del Pentateuco, llamado por los judíos de Torá. Entre los cinco libros, él, en el medio, es como la punta de la flecha que señala el camino para que el hombre tenga comunión con Dios: la santidad.
Levítico es como si fuera el embrión de los Evangelios y también va en paralelo con la Epístola a los Hebreos, pues ambos exponen minuciosamente los Preceptos fundamentales de las dos Alianzas hechas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento.
En ninguna otra parte de las Escrituras se habla tanto de santidad, pureza, pecado, muerte, expiación y perdón como en ese libro. Por esa razón, podemos llamarlo de “Código de Santidad para los siervos”.
Son varias las instrucciones, entre ellas:
“No tocar el cadáver”, es decir “no se acerquen al pecado”. Tocar en un muerto, sea persona o animal, descalificaba al sacerdote para cumplir funciones sagradas. La muerte vino en consecuencia a la desobediencia del hombre en el Edén, por eso, es el símbolo máximo del pecado, conforme está escrito “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6:23). Mantener distancia de un muerto es para nosotros, hoy, mantenerse lejos de lo que es malo o tiene apariencia de mal, pues la vida en pecado roba al siervo la autoridad y el privilegio de servir a los propósitos Divinos.
“No descubrir la cabeza y no rasgar sus vestiduras en su duelo” significa que ni siquiera ante el dolor de perder los entes más queridos, el sacerdote podría desesperarse. Todo el pueblo podía exteriorizar su dolor, pero el sumo sacerdote debería mantenerse fuerte, incluso viviendo su mayor lucha. ¿Cómo él podría romper las preciosas vestiduras que Dios le había dado? ¿Cómo sacar el honor de Dios simbolizado por la mitra en la cabeza y dejarla descubierta? ¿Por qué tirar tierra en la cabeza que el Altísimo coronó con el aceite sagrado? ¡Y, tampoco hay como hacer lo que es santo lamentándose!
“No salir del santuario”, podemos entender que el sumo sacerdote representaba al Señor Jesús, entonces, ¿cómo en medio de su oficio, podría abandonar sus deberes? Dios cuida de nuestro dolor, de la injusticia que sufrimos y de cualquier carga que esté sobre nosotros. Por esa razón, nada justifica dejar de servirle o dar nuestro todo, incluso cuando enfrentamos problemas.
“No profane el santuario”, es decir, “no sirva al Señor de cualquier manera”. Todo el Tabernáculo había sido ungido por Dios, pero, si el sacerdote estuviese en pecado, él profanaba el santuario, y eso acarrearía juicio para todo Israel. Si hay alguien que debe saber la diferencia entre lo santo y lo profano, lo limpio y lo inmundo, lo puro y lo abominable son los siervos de Dios, pues constantemente, son orientados por Él.
“Tomará por esposa una virgen” significa que, quien sirve a Dios se casa solamente con quien también aprecia los mismos Preceptos que ella. El sacerdote vela por el alto padrón de todos sus relacionamientos por temor y reverencia a su Señor.
¡Todo eso es santidad para Dios! Por eso, Levítico trata de asuntos variados, como: relaciones sexuales, posesión de propiedades y tratamiento justo con las personas, con los animales, con los extranjeros. Entendemos entonces que el Señor Jesús tiene Sus ojos fijos en nuestra conducta espiritual, moral y ética. Y, también, en nuestra forma de hablar, vestir, pensar, elegir el entretenimiento etc.
Todo esto puede parecer muy rígido, pero Dios es Santo, Santo, Santo, y, sin santidad en nosotros, jamás podremos verlO (Hb 12:14).