«y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc.»Gn. 32:22.
Jacob lo tenía todo, humanamente hablando, pero estaba cansado de no conseguir lo más importante, a Dios en su vida, por eso hizo su mayor esfuerzo y sacrificio para encontrarse con Él. Jacob se quedó solo, se despojó de todo, de su familia y de los bienes que poseía.
Dios no puede transformar una vida que no está totalmente en sus manos, sino hay una entrega de la vida cien por ciento a Dios, Él no puede hacer nada por nosotros.
Jacob postergó durante 20 años su encuentro con Dios, él siempre huía, porque no quería despojarse de todo y depender exclusivamente de Dios.
Jacob nunca había sacrificado, pero llegó a un punto en el que reconoció que necesitaba despojarse de todo para encontrarse con Dios.
“Así se quedó Jacob solo”. Muchas veces a todos nos toca pasar por esta situación, en la que nadie aprueba nuestra fe, nadie nos apoya, al contrario, arremeten contra nuestra decisión burlándose de nosotros.
El sacrificio verdadero nos deja a solas con Dios.
“y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”.
Cuando obedecemos y usamos la fe, estamos luchando con Dios, cuando no creemos y no usamos la fe, estamos luchando contra Dios.
Amigo lector, ¿usted está luchando CON Dios o CONTRA Dios? Piénselo.
Cuando luchamos CON Dios hay placer en obedecerle, esto exigirá un sacrificio de nuestra parte para que podamos ver una transformación de vida.
Cuando luchamos CONTRA Dios no logramos nada, apenas nos volvemos desobedientes.